Una Memoria del Liceo San José de Los Teques


 

Gustavo Coronel, geólogo venezolano

Cuando salí de la escuela primaria, en 1945, mi mamá me llevó a donde el Padre Isaías Ojeda, Director del Liceo San José, de Los Teques y le dijo: “Padre Ojeda, aquí le traigo a Gustavo para que me lo eduquen, pero no para que me lo vayan a convertir. Nada de misas, por favor”. El Padre Ojeda sonrió con cierta resignación y respondió: “No se preocupe Doña Filo (mi mamá se llamaba Filomena), así lo haremos”.

Durante los cuatro maravillosos años que asistí al Liceo nadie trató de “convertirme”. En realidad, difícilmente podía ser convertido puesto que yo no profesaba religión alguna. Los salesianos me trataron  con el mismo cariño y dedicación que daban a todos sus alumnos. Los sábados, por elección propia, iba a la capilla con los otros alumnos y cantaba. Todavía me acuerdo del Tantum Ergo Sacramentum, compuesto por Santo Tomás de Aquino  y de varios otros cantos que me gustaban mucho. Cantaba:

 

Tantum Ergo Sacramentum

Veneremur cernui

Et antiqum documentum

Novo cedat ritui

 

A mi lado resonaba la voz de trueno del “Gordo” Pineda. Pineda era de Maracaibo y su papá era el dueño de la fábrica de hielo El Toro. Me aseguraba que el hielo que ellos hacían era más frío que cualquiera  otro. Pineda jugaba fútbol descalzo y “chutaba” durísimo. Pero nada como César Díaz, quien era el goleador estrella de la época, a pesar de los esfuerzos de Juan Roger, el pollón, por parar sus cañonazos.

Durante estos cuatro años el Padre Ojeda realizó el milagro de hacerme creer que yo era su alumno favorito, algo que todos los egresados de ese Liceo sintieron íntimamente. Ese era el milagro del amor que estos hombres tenían por cada uno de sus alumnos y el empeño que dedicaban a todos por igual.

El Liceo era como una micro Venezuela, con alumnos venidos de todas partes del país: Oriente, Occidente, Andes, Guayana, Maracaibo.  Como yo vivía en Los Teques era  alumno “externo”, miembro de una minoría, ya que la mayoría estaban allí internos. Aun cuando no lo conocí allí, me crucé al entrar con   Pedro León Zapata, el humorista, quien salía a estudiar en otra ciudad del país.  Arturo Uslar Pietri se había graduado de bachiller allí, cuando el liceo era todavía propiedad de José de Jesús Arocha. En 1934 el Dr. Arocha enfermó y le pidió a los salesianos, a quienes admiraba, que le compraran el liceo, a fin de que pudiese mantener su calidad. En 1935 se concretó la venta, asumiendo los salesianos una deuda que tenía el instituto con Saverio Russo, el padre de Pedro Russo, quien era uno de los pocos  ricos del pueblo.

Al ingresar a primer año de bachillerato entré a formar parte de los “pequeños”, ya que quienes estaba en tercer y cuarto años eran llamados los “grandes”. Una diferencia de dos o tres años de edad era significativa en la adolescencia. Entre los “grandes” estaban o acababan de estar allí Román Chalbaud, Armando Segnini,  Renny Otolina.

De mis compañeros cuando era  “pequeño” recuerdo a los hermanos Melo de Valle la Pascua, a los hermanos González Barreat de La Victoria (David sería un gran amigo por mucho tiempo, hasta su muerte), a Joaquín Parra Alfonzo. Una vez llegue a ser “grande”, en cuarto año de bachillerato formé una inseparable amistad con mi inolvidable amigo Antonio Pasquali, quien acaba de fallecer. Entre los “pequeños” de la época estaban Carlos Alberto Moros y José Luis Bonnemaison, quienes llegarían a ser rectores universitarios.

Por muchos años regresé al Liceo a caminar lentamente por sus corredores y ver las fotos de cada año, respirar el mismo aire de mí adolescencia y constatar cómo nuevas oleadas de jóvenes parecidos a nosotros ahora corrían y gritaban, igual que ayer.

La historia del Liceo San José es la historia de los maravillosos salesianos, cuya obra en Venezuela ha sido gigantesca en dimensión y en calidad. Los primeros salesianos llegaron a Venezuela de Italia y España en 1894, invitados por el presidente Joaquín Crespo. Primero se instalaron en Valencia y luego fueron extendiéndose por todo el país. Esos pioneros debieron enfrentar las mayores privaciones.  En 1904, cuando el Padre Albera llegó a visitar a quienes estaban trabajando en San Rafael del Mojan, estado Zulia, se impresionó tanto de la pobreza en la cual vivían que exclamó: “¡Pobres hijos míos!, a qué lugar habéis venido. Yo sufro por vosotros y lo haré presente a Don Rúa y a los otros Superiores muy pronto, cuando me encuentre con ellos. Éste es el lugar más triste y pobre de todos los Colegios que he visitado; de todas nuestras Casas del Continente, ésta es la más necesitada y la más reducida, y la que más profundamente me ha impresionado, la que amerita inmediata atención de los Superiores. Yo los bendigo de corazón”.

El 18 de febrero de 1935 llegó a Venezuela el Padre Antonio Candela, de nacionalidad francesa y Consejero General de la Congregación para las Escuelas Profesionales, de Artes y Oficios y Agrícolas. El P. Antonio Candela fue quien impartió la orden de comprar el Liceo San José de Los Teques.

En aquel momento el Liceo San José era la continuación del proyecto del Dr. Arocha, el cual había comenzado en Tinaquillo, luego llevado a Valencia y a Caracas. Posteriormente, el Dr. Arocha compró unas hectáreas de terreno en Los Teques, sembró pinos y eucaliptos y se llevó el liceo para allá. Para su traslado y edificaciones debió endeudarse con Saverio Russo por la cantidad de Bs. 100.000. Russo le dio garantías a los salesianos de que no trataría de exigir el pago de esa deuda de inmediato, a fin de facilitar la transacción. Según nos dice Merino en su libro sobre los salesianos en Venezuela, ver: https://salesianoscooperadoresvalera.files.wordpress.com/2017/04/los-salesianos-en-venezuela-libro-de-merino-i.pdf: “Se preparó un contrato que se firmó en el mes de septiembre de 1935. El costo total fue de Bs. 138.000 que se pagarían de esta forma: Bs. 28.000 a la firma del contrato; Bs. 10.000 se pagarían en cuotas mensuales, de Bs. 500, sin intereses. Además, había que pagar Bs. 100.000,00 al Sr. Saverio Russo, debido a la hipoteca que poseía sobre la propiedad. El Director de la Casa de Valencia (Padre Isaías Ojeda) aportó Bs.10.037; el P. Inspector recogió  Bs. 9.000,00 y el papá del Padre Ojeda, el Señor Tomás Ojeda, prestó sin intereses otros Bs. 8.963. Por la escritura se pagaron Bs. 1.000 y 550 por gastos accesorios.  El Padre Ojeda, eminente educador, dinámico, de gran espíritu de sacrificio, mentalidad renovadora, fue el hombre designado para poner en marcha la difícil empresa. Y allí, ininterrumpidamente, dirigiendo, guiando, educando se mantuvo desde 1935 hasta 1959. Sin lugar a dudas, decir Liceo San José de Los Teques es decir Padre Ojeda, no se concibe el uno sin el otro”.

Cuando llegue al Liceo San José uno de los primeros salesianos que conocí fue Rosalio Castillo Lara, quien luego sería eminente Cardenal venezolano, de brillante carrera en el Vaticano y, después de su retiro, un baluarte de la protesta en contra del dictador Hugo Chávez. Rosalio aún no se había ordenado, aunque estaba próximo a hacerlo. Mientras tanto jugaba fútbol con nosotros. Un día moderó un debate sobre la salvación eterna entre nosotros, los alumnos “pequeños”. En ese debate yo mantuve que el hombre no se salvaba por la fe tanto como por sus obras, postura que produjo un fuerte rechazo entre los demás participantes. Para reforzar mi argumento cité, con cierta pedantería,  al mismo Jesús, quien había dicho: “En la casa de mi padre hay muchas puertas”. El moderador Rosalio defendió mi derecho a pensar así y, al final del debate, se me acercó y me dio una pequeña medalla de Don Bosco, la cual aún llevo en mi cartera, 74 años después.

Además del Padre Ojeda, quien era el director y generalmente estaba muy ocupado en sus tareas administrativas (aunque nos daba clases de Historia, Geografía Universal y Filosofía) , los sacerdotes con quienes tuve más contacto en aquellos años  fueron González, Díaz, Simonchelli, Vollmer y, sobre todo, el insigne, admirable, inolvidable Jorge Losch, Puyula.

Puyula, como lo llamábamos, había nacido en Alemania en 1903 y llegó a Venezuela en 1928. Fue ordenado como sacerdote en Caracas en 1934. En 1938 se incorporó al Liceo San José de Los Teques, y allí permaneció durante 45 años, donde falleció en 1983. El padre Jorge tenía una personalidad carismática, una sonrisa fácil y una voz de barítono que se oía a distancia. Al vernos llegar nos saludaba con un “Oh Señor”. Era poco místico. Enseñaba las ciencias “duras”, la biología, la física y la geología. Recuerdo haberlo oído decir, sin que ello sonara a blasfemia, que la teoría bíblica de la creación era como un cuento para hacerla más comprensible a las mayorías. Él hablaba ya del “Big Bang”, sin darle ese nombre. Y, realmente, ¿qué es el “Big Bang” sino una creación instantánea, como la que nos dice la Biblia?

Puyula tuvo una época viajando a Caracas varias veces a la semana a estudiar en el Instituto Pedagógico, para graduarse como profesor, para cumplir con  las leyes venezolanas. Se iba en autobús por la carretera vieja. Una vez un pasajero comenzó a decir en voz alta que viajar con curas era pavoso, que si esto o lo otro. En una curva, el Padre Jorge mandó a parar el autobús y sacó al tipo del autobús, dejándolo en plena carretera. Era un hombre de pequeña estatura, pero de gran fuerza física, no se andaba con rodeos.  Cuando me gradué de  geólogo e iba de  visita al Liceo  el Padre Jorge hablaba conmigo en el idioma de los geólogos, de fallas de corrimiento,  geosinclinales,  amonitas y globigerinas. Está enterrado en el cementerio de Los Teques, adonde fui a visitar su tumba y las de mis antepasados y tíos, quienes allí reposan.

En sus clases de historia o geografía el Padre Ojeda llevaba ocasionalmente una fruta, una lechosa o una piña, para darla a quien contestara correctamente todas las preguntas. En ese forcejeo por el trofeo mi contrincante más fuerte era frecuentemente Leonardo Montiel Ortega, muy inteligente y combativo. Él y yo nunca nos llevamos bien él pero nunca llegamos a pelear abiertamente. Años después, en 1974, hice una presentación a Carlos Andrés Pérez sobre la nacionalización, en presencia de su gabinete y de líderes políticos de diversos partidos. Al finalizar Leonardo preguntó, con sorna,  quien la había traducido, porque parecía haber sido elaborada en inglés. Yo le respondí: “busca alguien que  te la explique” Aquellas eran suaves escaramuzas, comparado con lo que vemos hoy en día.

Isaías Ojeda nació en Valencia (Venezuela), el 28 de febrero de 1899. El 14 de agosto de 1927, en el Santuario de María Auxiliadora de Caracas, recibió su ordenación Sacerdotal de manos del Nuncio Apostólico, Mons. Fernando Cento. Dedicó su vida al Liceo San José y a la educación de centenares, miles de venezolanos, quienes luego, en su inmensa mayoría, formarían familias dignas. Su influencia sobre la sociedad venezolana fue muy significativa. Generalmente no apreciamos la inmensa fuerza multiplicadora de la educación.  Por cada individuo que oyó su palabra y se hizo un ciudadano responsable la sociedad venezolana generó múltiples familias dignas, como un inmenso árbol que va echando nuevas ramas y se abre frondoso.

El padre Ojeda fue víctima del Alzheimer o algo parecido. Nos encontrábamos en la calle y me abrazaba y me preguntaba mi nombre.  Y, cuando yo le decía que era Gustavo Coronel, siempre agregaba: “ Gustavo!  ¿Porque no estudiaste filosofía? Y, posiblemente, Isaías tenía razón, pero fui un cobarde porque los filósofos en Venezuela no tenían mucha demanda. Pensé que la geología estaba bastante más cerca de la filosofía que de las ciencias exactas y me podía dar mejores ingresos.

Isaías Ojeda murió  a los 88 años en 1987, 60 años como insigne educador.

Liceo San José, Los Teques. Te recuerdo oloroso a pinos húmedos por la lluvia, con tu cancha de fútbol inclinada para que un equipo bajara y otro subiera. Casi oigo todavía el vozarrón de Puyula, el Tantum Ergo de los sábados en la capilla, casi huelo el aroma de la piña ganada en dura lid a Leonardo Montiel Ortega.

Años hermosos,  tormenta perfecta de felicidad., rostros frescos, gritos y carreras. Al recordarlos no siento nostalgia sino la fuerza avasallante de la alegría.

 

Publicado por Gustavo Coronel