Mar 20, 2024

Mi Maracaibo Inolvidable

Cuando terminé mi segundo año de estudios de geología en la universidad de Tulsa, en Oklahoma, la empresa que me había concedido una beca me invitó a pasar mis vacaciones de verano trabajando para ellos en sus oficinas de Maracaibo.

Por Gustavo Coronel*

Llegué a Maracaibo en un vuelo de TACA en Junio 1953, en un DC 3 bamboleante sobre las corrientes de aire caliente de Falcón. Para quien había pasado su niñez y adolescencia en Los Teques, encontrarse con Maracaibo me hizo sentir como un astronauta llegando a una  estrella lejana, un mundo enteramente nuevo, nada parecido a la Venezuela que había conocido hasta entonces.

Fue, para mí, amor a primera vista. Los intensos colores, la luminosidad, las amplias avenidas muy limpias, los contrastes entre las zonas modernas y el antiguo y bullicioso centro, la presencia del lago y, sobre todo, aquella gente rara y maravillosa, llena de humor, ruidosa, alegre. Los hombres hablaban a gritos, abundaban en chistes, mostraban sus barrigas. Y las mujeres:  que bello caminaban, que piel, que ojos, y con cuanta abierta y sensual curiosidad miraban al forastero.  Me pareció llegar, repito, a un planeta exótico de olor a diésel y cerveza, de  maravillosos  colores en las casas, con sabores de plátano frito y carne asada.  Me cautivó el hablar, el peculiar acento y el uso de giros idiomáticos más cercanos al castellano antiguo que al español hablado en el centro venezolano. Las colonias de las empresas petroleras, con características de enclave cultural, con casas de arquitectura colonial a lo Borneo y clubes donde se tomaba “Shandy”  y se jugaba rugby reforzaron mi sensación de estar en un país lejano. La música me cautivó, no tanto la gaita que me pareció siempre muy ruidosa, como la elegante danza zuliana. Por ejemplo, ”Maracaibera” :  https://www.google.com/search?q=Maracaibera&rlz=1C1TSNO_enUS474US474&oq=Maracaibera&gs_lcrp=EgZjaHJvbWUyBwgAEC4YgAQyDAgBEEUYORjjAhiABDIHCAIQABiABDIHCAMQABiABDIHCAQQABiABDIGCAUQRRg9MgYIBhBFGDwyBggHEEUYPdIBCDY2NzNqMGo0qAIAsAIA&sourceid=chrome&ie=UTF-8#fpstate=ive&vld=cid:28fe61fe,vid:g5ooNubACXw,st:0 ,

o la emocionante “Maracaibo en la Noche”:

https://www.youtube.com/watch?v=tWsBVa8SyN4

Como pude moverme con entera libertad entre esa Maracaibo de corte exótico y la Maracaibo “nativa”  logré  apreciar y disfrutar de las maravillas de cada una, quedé capturado por la fascinación de Maracaibo y  decidí que una vez graduado, ese sería el lugar donde regresaría a vivir.

Esos primera visita a Maracaibo fue apenas el preludio de una de las más felices etapas de mi vida, en Maracaibo. Allí regresé a iniciar mi vida de geólogo, allí encontré mi compañera de toda la vida, allí nacieron mis tres hijos, allí construimos nuestra primera casa con el dinero que ahorré en mis dos años de aventura indonesia. Allí hicimos un grupo de amistades con quienes siempre me sentí perfectamente cómodo y a quienes recuerdo con nostalgia.

Me hice maracucho por “naturalización”. Me encantaba ir al mercado de Santa Rosalía a regatear con los bullangeros y chistosos vendedores. La zona central de la ciudad, con la plaza Baralt y el mercado de la marina eran lugares fascinantes, llenos de vida, ruido y color. Las zonas modernas cercanas al hotel del Lago, Bella Vista y Cinco de Julio, con la terraza del hotel Detroit, en la cual me sentaba a tomar cerveza con los amigos. El calor de Maracaibo era la excusa para que los equipos de aire acondicionado funcionaran continuamente y a todo vapor, haciendo de la ciudad una de las más “frías” del  país.

Maracaibo era una fiesta,  en el hotel del lago, en los clubes Alianza, Comercio y Náutico, en los restaurantes como Mi Vaquita, en los cuales se consumía la mejor carne del país. En esos años, junto con otro geólogo, Aníbal Martínez, dimos los primeros pasos para fundar la Orquesta Sinfónica del Zulia, cuyo primer director fue, si recuerdo bien, Andrés Sandoval.

Era la Maracaibo anterior al puente y recuerdo las largas esperas en los muelles para ir de Maracaibo a la costa oriental del lago o para regresar a Maracaibo en los pequeños ferris, uno de ellos llamado “Cacique”, sol y sudor, ventas de tostones, el lago todavía sin verdín.

Esa Maracaibo que amé intensamente ya no existe. La de ahora podrá ser mejor o peor, no lo sé. De la gente amiga y familiares que aún viven allá escucho tristes historias de abandono y sufrimiento. Pero mi Maracaibo de los años 1950 y 1960 fue el sitio donde fui enteramente feliz. No sé si es por causa de mi felicidad personal  mientras viví allá  que recuerdo a Maracaibo con tanto amor  o si la amable fisonomía de la ciudad fue la que determinó mi felicidad personal. No lo sabré ya nunca, pero cuando cierro los ojos, me veo de nuevo en ella, junto a Marianela, la reina de carnaval que conquistó mi corazón, comiendo con ella y mis pequeños hijos en un restaurant abierto de Tierra Negra cuyo nombre he olvidado, en el cual pasaban películas para niños que me gustaban a mí hasta más que a ellos.

Adiós, amada Maracaibo que nunca volveré a ver, adiós mis queridos amigos y amigas de aquella maravillosa ciudad que ya no existe, adiós a la cerveza helada, al whisky de contrabando, a “Mi Vaquita”, a la Plaza Baralt y al Hotel del Lago.

Quién sabe, Maracibo en la noche, que relampagueas, si has encontrado refugio en algún rincón del universo y  podamos algún día, en otra dimensión,  regresar y revivir los maravillosos años en los cuales bailaba con Marianela, en el club ALIANZA. A pesar del tierrero!

*Sacado del Diario de Viernes, Marzo 15, 2024 de Gustavo Coronel

Publicado por Gustavo Coronel