Sep 05, 2023

La austera dignidad

Juan Pablo Pérez Alfonzo, El Padre de la OPEP, murió el 3 de Septiembre de 1979 en Washington, cerca del parque que le gustaba caminar, para ganar de la naturaleza la fuerza vital de su recio ser.

Texto: Aníbal R. Martínez-Dibujos: Edgar Gutiérrez (Enero 1986)

Se nos perdió al llegar a Fiumicino, el aeropuerto de Roma, en vía al II Congreso Petrolero Árabe. Se había puesto su boína universitaria para salir del avión, con una gran caja en las manos. Saludó al Dr. Arturo Uslar Pietri y a los otros compañeros fraternos que lo esperaban … y los dejó a todos.

Lo encontré al rato en algún corredor poco transitado, desenvuelto el regalo. Era un carro-bombero con campana, escalerillas y hasta perro; jugando con su primer nieto, el hijo de Mariela y Alexis, quienes entonces vivían en Roma.

Con la misma naturalidad nos hablaba de Teilhard de Chardin, de lo que harían las transnacionales del petróleo o de las comunas agrícolas de Da-Chai; o describía una visión inesperada, que meses después estaría cumplida. Era realista. Quiso cumplir a cabalidad, con alegría contagiosa y entusiasmo, todo lo que predicó. Fue a su vez generoso, galante, fuerte y terrible.

Una madrugada de luna, que hacía al desierto imponente mar de sobrenatural blancura, llegó a Dajrán con su muy reducido grupo de asesores. El Ministro Tariqui, que nos había acompañado desde El Cairo, se le acercó y le dijo: “Doctor, por favor, al menos bájese del avión por la puerta de primera clase, que es por allí por donde nos están esperando”.

Sus alumnos de la Universidad Central de Venezuela le reconocen como “Maestro del Derecho” y los petroleros de cinco continentes que le admiran y respetan, como “experto de luces”.

Logró hacer viables a la Corporación Venezolana del Petróleo, CVP, y a la OPEP, dentro y fuera del país para salvaguardar nuestros derechos. Luego, desde su retiro magisterial, contribuyó con enseñanzas, indicó los peligros de hoy, sufrió por causas innumerables y, cuando fue necesario, emitió juicios demoledores.

La huella del Doctor Pérez Alfonzo está impresa en buena tierra, sus enseñanzas podrían ser programas de acción. Su prédica viviente está confundida con la savia de la cual nos nutrimos.

Lo fácil para él fue vivir una vida útil.

 

“De ser posible, pido ser cremado en el lugar que ocurra mi muerte y las cenizas abandonadas en el sitio. En todo caso, no quiero que se trasladen esos restos de un lado a otro y que si he de ser enterrado se me coloque en la fosa común del lugar, de modo que lo más pronto me confunda con la tierra”.
… sus cenizas fueron esparcidas en el lugar, según su voluntad.