En mi blog de Julio 15, 2022

Décimo quinto viaje a Serendipia

El General y Coronel en PDVSA, 1976-1979


 

Rafael Alfonzo Ravard y yo, en la refinería de Cardón, 1977

La primera Junta Directiva de Petróleos de Venezuela, 1976-1979, estuvo presidida por el General (Ej.)  Rafael Alfonzo Ravard, quien disfrutaba de una formidable reputación de excelencia como gerente del sector público. Graduado en la escuela militar de Venezuela y en las mejores escuelas de Francia y USA, Rafael Alfonzo Ravard se había ganado un gran prestigio por su creativa trayectoria en la CVG. Era visto por los venezolanos como lo que en Francia denominan un “mandarín”, para designar a los graduados de la Ecole Nationale D’Administration, es decir, miembro de una élite de la administración pública objeto de admiración y respeto.

Su “gravitas”, su exitosa trayectoria, sus credenciales académicas y su estatus social lo convirtieron en el candidato ideal para presidir la primera Junta Directiva de Petróleos de Venezuela, designación que contó con la aprobación de todos los sectores del país.

En nota anterior: http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2022/07/planifique-ir-la-playa-y-termine-como.html, narré mi sorpresiva designación como miembro de la primera Junta Directiva de Petróleos de Venezuela, por decisión del presidente Carlos Andrés Pérez, aunque ella contrariase lo acordado con el ministro Valentín Hernández de no incluir en esa primera junta a ningún gerente petrolero activo.

Mi presencia en esa Junta Directiva y mi situación de petrolero a tiempo completo me colocaron en una posición única entre los directores, quienes no estaban activos en el sector y solo asistían a las reuniones de Junta Directiva y a los eventos oficiales que requiriesen su presencia. En  mi nueva condición de director de PDVSA no podía regresar a Maraven  como empleado de línea o staff.

Por lo tanto, el General Alfonzo Ravard, quizás no de muy buena gana, me colocó a su lado, como una especie de Aide de Camp, es decir, un asistente especial a la presidencia, a fin de asistirlo en asuntos y tareas de la más variada naturaleza técnica o gerencial. No era su secretario, ya que él tenía un secretario muy competente, el joven Iván Sigurani, ni era su asesor político, posición que ocupaba José Antonio Giacopini Zárraga, ni era – por supuesto – su asesor legal, posición que detentaba el brillante jurista Andrés Aguilar. Tampoco podía ser yo el representante oficial de las empresas operadoras, pues esa representación descansaba en los presidentes de las empresas, hombres de la brillantez de Guillermo Rodríguez Eraso, Alberto Quirós, Bernardo Díaz, Juan Chacín y otros.

¿En qué podía ser Coronel útil al General? Tenía un conocimiento de los sectores operacionales de la industria, de sus gerentes y técnicos, de los sitios de operación y las instalaciones, de las cifras claves de producción, refinación, exportación y de la industria petrolera mundial, conocía el idioma de la industria y, muy importante, podía ser visto como una especie de voz y oído – en PDVSA –  de los gerentes de las empresas operadoras. Por todo esto, el general pensó que yo podría serle de utilidad para ayudarlo a estructurar estrategias de creación de la nueva cultura organizacional que sería necesaria para una industria petrolera en manos del estado. Mi vocación para escribir, algo relativamente raro entre los petroleros activos, también podría serle útil.

Lo primero que hice para el general fue algo sencillo pero que le sirvió para interactuar con mayor confianza con la prensa y el país en todo lo referente a la industria petrolera que estaba bajo su liderazgo. Se trató de darle una clave que le ayudase a retener en su memoria los aspectos más importantes de la industria.

Estructuré una ayuda de memoria fácil de manejar, válida para la época. Le dije: El número clave es 40. Venezuela ha producido unos 40000 millones de barriles de petróleo y nos quedan unas reservas probadas más probables y posibles de otros 40.000 millones de barriles. La industria tiene actualmente unos 40.000 empleados. La participación nacional es de unos Bs. 40 por barril producido. La edad promedio de un gerente petrolero en nuestras empresas es de 40 años. En promedio una refinería como las nuestras produce unos 40 galones de productos por cada barril de petróleo refinado. Nuestro petróleo liviano de mejor calidad tiene unos 40 grados API. Hace casi 40 años se unificaron las concesiones bajo una sola ley. Piense siempre en el número 40.

El General me comentó, sonriendo: “Y José (Giacopini) me dice que, más o menos, cada 40 años hay un golpe de estado en Venezuela”.

Esta, por supuesto, fue una contribución menor. De mayor importancia fue su decisión de encargarme de escribir sus discursos. Cada semana el general debía hablar frente a diferentes audiencias, para las cuales debíamos estructurar una narrativa orientada a cada una de ellas, periodistas, colegios profesionales, empresarios, sindicatos, partidos políticos, cuerpo diplomático, otras empresas del sector como las que se agrupaban en la Cámara Petrolera. Sin embargo, el General pensó que cada discurso debía transmitir un mensaje central, uniforme, lleno de simbolismo, capaz de proyectar la imagen de una empresa seria, responsable y profesional. De nuestras conversaciones y de las que él seguramente tenía con otros miembros de su equipo fue destilándose un mensaje de cinco puntos que comenzamos a incluir en todos los discursos. Este mensaje era:

PDVSA descansa sobre cinco pilares fundamentales, los cuales son necesarios para asegurar su éxito: (1), la normalidad operativa; (2), la gerencia profesional; (3), la autosuficiencia financiera; (4), el apoliticismo; y, (5), la meritocracia.   

Este mensaje se hizo reiterativo, machacón, se convirtió en una especie de mantra y, en mi opinión, fue de inmenso beneficio en ayudar a conservar a PDVSA libre de interferencias políticas, al menos por un cierto número de años, hasta que en Septiembre de 1982 el gobierno de Luis Herrera terminó con la autosuficiencia financiera de PDVSA, al apropiarse de su fondo de financiamiento. Desde ese momento PDVSA tuvo que ir a negociar con el mundo político su presupuesto anual, lo cual abrió de par en par las puertas de la politización.

El General Alfonzo Ravard me puso a cargo de una de las más importantes tareas de esa primera etapa, cuál fue la racionalización de la industria, llevar el número de empresas ex concesionarias al número de cuatro empresas y, eventualmente, a tres empresas integradas. Para ello, conté con la colaboración de McKinsey, una de las empresas de asesoría gerencial más importantes de la época y recibí casi una completa autoridad para manejar la carpintería del proceso, con la inestimable colaboración de los presidentes de las empresas operadoras y de la mayoría de los gerentes y técnicos de la industria. Fue un hermoso proceso, lleno de ejemplos de generosidad corporativa y personal, aunque con ciertas complicaciones de naturaleza política por el deseo de un sector de que la CVP fuese empresa aglutinadora, cuando realmente no podía serlo.

La relación personal del General y Coronel fue muy armoniosa. El General Alfonzo Ravard era un “Amo del Valle” y yo era un producto de la más estricta clase media media, por lo cual no teníamos mucho en común. El general era un hombre introspectivo, socialmente tímido, 20 años mayor que yo, quien tendía a ser extrovertido e informal. Cuando su esposa Corina me vio llegar un día en su compañía a su casa, a ver algunos cuadros que él quería mostrarme, me dijo: “Estoy sorprendida. Rafael tenía mucho tiempo que no traía a nadie a la casa”.

Con frecuencia, almorzábamos juntos en su oficina, hablando de algún discurso que yo debía prepararle. Y en esos almuerzos hablábamos también de ciencia ficción (nos gustaba Asimov), de entropía, de música clásica o de pintura.  Era un hombre aristocrático, de una amplia cultura humanística.

En dos ocasiones, en reuniones de Junta Directiva, me manifesté en desacuerdo con él y, en ambas ocasiones, me dio la razón, mostrando una gran tolerancia y paciencia con alguien que era director suplente con derecho a voz pero no a voto.

En la primera de esas ocasiones me negué respetuosamente a ser el primer presidente de INTEVEP, por considerar que esa posición debía ir a Humberto Calderón por haber sido este su principal promotor. En vista de mi negativa el general prefirió nombrar a José Martorano Batisti. En otra ocasión me manifesté contrario a un contrato que él había decidido otorgar pero, al oír mis razones, abandonó la idea en la misma reunión.

Llegué a tener por el General Rafael Alfonzo Ravard un gran afecto personal y me gustaría pensar que el afecto fue recíproco. Fue una buena relación entre dos venezolanos de muy diferente extracción social, cuyas vidas probablemente jamás se hubieran encontrado, a no ser por la existencia de una verdadera democracia en aquella Venezuela de los años 70.

Esa relación nos encontró a ambos animados del mismo propósito de hacer bien lo que se nos había encomendado.

 

Publicado por Gustavo Coronel

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