En mi blog de Marzo 28, 2022

El día que descubrí mi verdadera auto-estima

Por Gustavo Coronel


 

Noveno viaje a Serendipia

Después de graduarme de geólogo en 1955, en la universidad de Tulsa, Oklahoma, becado por Shell, comencé a trabajar con esta empresa en sus oficinas de Maracaibo, una ciudad espectacularmente bella, muy limpia, de avenidas amplias, llena de hermosas mujeres de quienes me enamoraba sin cesar. Hice un plan en el cual proyectaba llegar a ser el gerente de exploración de la empresa en diez años, para el momento en el cual yo tendría 31 años. Por los primeros seis años mi carrera en Shell anduvo sobre rieles. Mis supervisores no podían alabarme lo suficiente. Como único geólogo venezolano activo en la División de Occidente era visto por el resto de la organización como un hijo predilecto, casi un mimado de  la organización.

Me casé en 1959 y, en 1961, fui transferido a Caracas, donde me pidieron llevar a cabo una tarea diferente. Debía manejar el proceso de transferencia al Ministerio de Energía y Minas de Venezuela de un lote importante de concesiones en las cuales la empresa Shell ya no tenía interés. Este era un trabajo importante, pero con acentuados ribetes burocráticos y repetitivos, el cual involucraba la medición exacta de los lotes a ser entregados, un proceso que se llevaba a cabo con un planímetro que iba definiendo las áreas a ser devueltas en los mapas. Era un trabajo sencillo y bastante aburrido, pero requería una total precisión. Llevé a cabo este trabajo sin mucho interés y fue sometido al ministerio. Al cabo de algún tiempo, recibimos una comunicación en la cual se nos decía que las áreas a ser entregadas de regreso tenían algunos errores de planimetría y que ello demoraría la aprobación gubernamental de renuncia de las concesiones afectadas por los errores. Ello representaba pérdidas monetarias y de prestigio para la organización.

Y era culpa mía.

Mi supervisor me llamó a su oficina y me dijo, en tono severo, más o menos lo siguiente: “Gustavo. Debo hablar contigo como amigo interesado en tu futuro y como gerente, representante de nuestra empresa. Debo comenzar por decirte que hemos recibido una comunicación del ministerio en la cual rechazan nuestra petición de renuncia a parte de las concesiones que tu yo conocemos bien, en lo cual has estado trabajando durante semanas. Y la razón del rechazo a nuestra petición es que han encontrado errores de medición planimétrica en nuestros documentos. Y este es parte del trabajo que tú has estado llevando a cabo. Debo confesarte que ello me ha hecho adoptar una visión muy negativa de tu actuación en la empresa. Tú sabes que eres nuestro candidato a Gerente de Exploración, el primer venezolano que tendría esa posición en la empresa. Pero, ahora tengo grandes dudas sobre tu capacidad para llegar a ser mi remplazo”.

Esas palabras me produjeron una gran impresión, sobre todo porque hasta ese momento yo no había recibido nada de mis supervisores que no fuesen alabanzas y reconocimientos. Y ello me llevó a cometer otro error, hasta peor que el de planimetría. Le respondí a mi supervisor: “Es que yo soy un geólogo, no un contabilista”.

Esta respuesta, observé, le causó un profundo desagrado a mi supervisor. Hizo un esfuerzo para controlarse y me dijo: “Gustavo. Voy a pedir que seas transferido de este departamento. Creo que es necesario que pases un tiempo en la división de operaciones de producción en Lagunillas, a fin de que te familiarices con ese aspecto de nuestra actividad. Creo que vas a encontrar que en nuestra carrera profesional debemos estar siempre preparados para aceptar una multiplicidad de tareas. No somos contabilistas, ciertamente, pero siempre debemos ser responsables”.

Regresé a mi hogar y, mientras manejaba, iba pensando en lo que debería hacer.

Mi reacción inmediata fue emocional: “Creo que voy a renunciar, como protesta al rechazo que acabo de sufrir. Mis planes de llegar a ser el Gerente de Exploración se han derrumbado. Mi supervisor no me estima. Nos tienen ojeriza a los venezolanos” ……….

Pero, también entraron en mi mente, de manera más reflexiva, otras consideraciones: “Los errores los cometí yo. Le fallé a la empresa. Uno debe pagar por sus errores y enfrentar su responsabilidad. Esto es lo que me enseñaron en mi casa. Mi supervisor no tiene nada en contra mía a título personal. Hace su trabajo de defender la eficiencia en su departamento y de mantener el nivel de calidad deseable…. ¿Me voy a rendir tan fácilmente? “.

Cuando llegué a nuestro apartamento en Los Palos Grandes ya había tomado una decisión. Hablé con Marianela y le conté lo que me había sucedido y lo que había decidido hacer, irme a Lagunillas a comenzar de nuevo. Le dije que mi supervisor tenía la razón y que mi comportamiento en la empresa había dejado que desear. Marianela me dijo de inmediato que estaba de acuerdo conmigo y que iría donde yo iría, tal como fue el caso durante todos los 62 años que estuvimos casados.

Llegamos a Lagunillas y allí comencé a trabajar allí como ingeniero de operaciones lacustres, encargado de supervisar la perforación y completación de pozos en el lago. Ello significaba estar disponible día y noche, 24×7, ya que los pozos petroleros, como los bebés, suelen nacer de madrugada. Mis colegas y mis supervisores eran, casi todos, menores que yo: Simón Antúnez, Hans Krause, Gustavo Inciarte, Ovidio Suárez, Enrique Hung, Ricardo Corrie. El único mayor que yo, a un nivel jerárquico superior, era Francisco (Frank) Rubio, un extraordinario gerente y ser humano.

Seis meses después yo me había convertido en un respetable ingeniero de operación. Mi experiencia como geólogo de exploración me sirvió de mucho para asimilar rápidamente las técnicas y experiencias del nuevo trabajo. Mis credenciales en la empresa se habían rehabilitado.

Fue en esos días de Lagunillas cuando tuve otra experiencia serendípica, la cual me llevó a Indonesia y realmente cambió mi carrera de manera dramática. Pero esa es otra historia, otro hallazgo extraordinario, que les narraré en la siguiente entrega.

¿Que aprendí de esta experiencia, además de las nuevas técnicas y de la experiencia maravillosa de vivir en Lagunillas, con aquel olor permanente a diésel que era para mí como un Chanel #5, rodeado de tanta gente extraordinaria?

En ese duro encuentro con mi espejo, representado por mi supervisor, me vi obligado a pasar de una parcial adolescencia emocional a un nivel mayor de madurez. Decía Joan Didion que llega un momento en la vida en la cual uno pierde su inocencia y es despojado de la ilusión de ser perfecto. Me había acostumbrado a pensar que era mejor de lo que realmente era, creía que todos me admiraban. Había ido adquiriendo algo peligroso: una variedad inflada de auto-estima, la cual se desinfló abruptamente, y no por razones externas sino como consecuencia de mis propias acciones. En el momento la pérdida de esa versión de la auto-estima me pareció una tragedia personal de grandes dimensiones, pero – en realidad – probó ser – gracias a mi actitud – un triunfo personal. Ello fue así porque mi auto –estima basada en una complaciente versión de mí mismo dio paso – al verme en el espejo – a una versión mucho más genuina, la que surgió como consecuencia de esa crisis. En esta nueva versión yo conocía y aceptaba mis debilidades, pero las acompañaba con la firme actitud de mejorar.

Eso fue lo que hice y ello me llevó a un nivel superior de auto estima, de auto respeto. La crisis personal fue el camino que le permitió a mi yo influenciar mis circunstancias.

 

Publicado por Gustavo Coronel