Dia de la Madre


 

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Filo y Cristina

Mi madre murió hace casi 50 años y no estuve presente para estar con ella. Estaba en viaje de trabajo en Holanda y por más rápido que regresé, ni siquiera llegué a tiempo para su entierro. Después de tantos años puedo recordarla, como ente abstracto, porque me he ido olvidando de ella, de su persona. Puedo acudir a sus fotos pero no es lo mismo. Mi imagen mental de ella se ha ido disipando. Eso sí, la recuerdo a través de lo que a ella le gustaba. Cada vez que veo unas bellas azaleas, y este es el mes en que florecen de manera hermosa donde vivo, recuerdo a mi madre. Su nombre era Filomena pero todos, familiares y amigos, la llamábamos Filo. Tenía una risa fuerte y contagiosa. Cuando en la oscuridad del cine del pueblo se reía, todos los asistentes a la función sabían que Filo estaba allí. Tocaba el piano en todas las funciones benéficas del pueblo. Por 40 años fue presidenta o principal  motor de la Casa Cuna “Consuelo de Marturet” de Los Teques, así llamada porque Consuelo fue su mejor colaboradora en esa obra. Aunque esa fue su obra magna, Filo también promovía toda clase de programas de higiene, de alimentación para madres lactantes, de limpieza de barrios, de alfabetización de adultos. Era una potencia de primera línea en nuestro pueblo. En Carnaval hacía los disfraces más originales para mi hermana, Cristina, quien se ganaba casi todos los concursos. Nunca supe si es que eran los mejores disfraces o si los jueces le tenían terror a mi madre.

Era una mujer apasionada en sus causas. Cuando mi padre y mis tíos, todos adecos, fueron apresados, durante la época de Pérez Jiménez, me llevó a la policía de Los Teques y pidió hablar con el jefe. Le dijo: “Aquí le traigo a Gustavo, quien es el único varón de la familia Coronel que aún no está preso. Déjelo aquí de una vez”. El pobre hombre balbuceaba: “pero, Doña Filo, como piensa usted….”.  La policía también le tenía terror.

Una vez el párroco de Los Teques, convocó a un grupo de jóvenes, entre quienes estaba yo, para organizar una corrida de toros a beneficio de la parroquia. Nos dijo: “Ustedes la organizan pero yo no puedo aparecer relacionado con el evento, porque la iglesia no aprueba de las corridas de toros”. Cuando fui a la casa y mencioné este plan a mi madre, se fue de inmediato a hablar con el sacerdote y le dio tremendo regaño. La parroquia también le tenía terror a mi mamá, quien – para rematar – era agnóstica pero cuyo mejor aliado en tareas benéficas para la comunidad fue el ilustre Padre salesiano Isaías Ojeda, a quien mi madre quería mucho porque me decía que se le parecía a su hermano Víctor. El parecido ciertamente no era ideológico, porque Víctor (García Maldonado)  había sido miembro fundador de la primera célula del Partido Comunista en Venezuela , junto con los hermanos Fortoul y José Antonio Mayobre. Pero si era en lo idealista porque ambos creían honestamente en su misión.

Mi madre iba de casa en casa en Los Teques, pidiendo ropa para los ancianos, los llamaba sus viejitos. Nadie, por supuesto, se atrevía a negarle su contribución. Muchos años después de su muerte, yo fundé una organización Pro Calidad de Vida, con objetivos similares a los de mi madre, orientada no tanto a la caridad sino a la educación ciudadana. Esa vocación que descubrí un tanto tardíamente fue uno de los varios extraordinarios legados de mi madre.

En otras ocasiones he dicho que mi madre me transmitió para siempre una agresiva intransigencia en contra de la corrupción. Para ser intransigente contra la corrupción es necesario tener una hoja de vida limpia, lo cual no es fácil. Todos hemos cometido errores alguna vez, aunque hayan sido de pequeña magnitud. He contado antes que un día, cuando tenía unos 7 u 8 años, me jubilé del colegio y me fui a pescar sardinas. Después de esto salí con mi madre y nos encontramos con la maestra quien le dijo a mi madre: “Sabrás que Gustavo dejó de ir a clases la semana pasada”.  Y ella respondió: “creo que te equivocas. Mi hijo jamás haría tal cosa”.  Y seguimos caminando. Desde ese día hasta hoy nunca he hecho algo que pudiera ser catalogado como eludir mi responsabilidad. Quizás he sido injusto, quizás he ofendido sin querer, quizás he actuado con machismo, sobre todo cuando el machismo era “normal”,  pero nunca he traicionado aquella confianza ciega que me mostró mi madre y que me marcó para siempre.

La gente muere. Mis padres murieron y son ya apenas dulces y semi-olvidados recuerdos. Nuestros muertos se van convirtiendo en ideas, perfumes, sonidos, risas y colores  que se van mezclando con nuestro Yo. Como estrellas en el firmamento, nuestros padres se convierten en brillantes puntos de luz, cada vez más lejanos. Y nosotros, viajeros a bordo de un cosmos que viaja cada vez más con mayor velocidad – después del “big Bang” –  hacia su disolución, solo podemos aferrarnos desesperadamente a los cada vez más vagos recuerdos de cuando éramos inocentes y felices, envueltos en la tibieza maternal.

Querida Filo: un recuerdo para ti este día.

 

Publicado por Gustavo Coronel