May 09, 2023

El petróleo es un negocio

Sirva esta nota para ofrecer un sentido homenaje a mi querido amigo, brillante profesional, petrolero de categoría y excelente persona Leo Figarella, fallecido recientemente en Valencia, España. Un venezolano de los buenos que se nos fue muy temprano. Descanse en paz.

Por Alberto Rial

Quizás llegue un tiempo en el que las discusiones sobre el presente y el futuro de Venezuela tengan más contenido racional y menos vísceras, pero aún no estamos en ese punto. Los argumentos que utilizó Hugo Chávez para ganar las elecciones de 1998 no tenían una cifra creíble ni un proyecto con un mínimo de factibilidad; apenas una constituyente milagrosa que iba a resolver los entuertos para dejar atrás el pasado turbio de la cuarta república. Pero llegó la gente y se volcó a votar por el iluminado, a pesar de todo: le compró el patriotismo y la revolución sin pedir a cambio una sola evidencia de que ahora sí había llegado el momento del desarrollo del país, con el liderazgo de la milicia rebelde. Y así estamos. Realismo mágico, que dicen.

Un ejemplo del sesgo emocional en decisiones de alto calibre se puede encontrar en los argumentos que se manejaron –y se manejan-para justificar que la industria petrolera sea propiedad del Estado. Conceptos heroicos y hasta épicos como la soberanía, el carácter estratégico y el petróleo es del pueblo han privado por encima de la racionalidad del negocio yla forma de generar la mayor cantidad de valor a partir del hidrocarburo que sale del subsuelo. Uno se pregunta si para aprobar la nacionalización de 1975 el parlamento sacó números y simuló escenarios o solamente se basó en palabras, símbolos y fechas patrias. O sea ¿se planteó cuánto dinero adicional recibiría el fisco con una empresa estatal –vis a vis las concesionarias- y bajo qué condiciones? Probablemente no, porque los cálculos no serían triviales y porque el asunto no estaba en generar riqueza sino en recuperar la soberanía, sacar a los extranjeros del patio y devolverle la industria a la Nación, que la riqueza ya vendría sola.Y la riqueza vino, hasta que ya no.

El tema de qué hacer con la industria petrolera cuando cese la usurpación (antes de eso no se puede hacer nada) es uno de los debates que se repiten en foros, conversatorios y declaraciones políticas. Las posiciones que defienden la recuperación total de PDVSA como empresa estatal, incluidas la torres de La Campiña, el edificio de E&P en Chuao y los 3 millones de barriles diarios se abstienen de presentar argumentos de negocio y se limitan a corear consignas de nacionalismo que, visto el estado actual de lo que fue alguna vez una industria de primer mundo, no tienen sustento práctico. PDVSA ya no existe, y cualquier Estado que venga después del chavismo no tendrá ni los recursos ni la capacidad ni el tiempo para regresar al pasado. Los 10 mil millones de dólares anuales que habría que invertir por al menos 10 años para recuperar la chatarra que ha dejado el chavismo y ponerla a producir crudo y productos comercializables no están; se fueron, se los robaron, no hay. Como tampoco hay la gente especializada –en cantidad y experiencia- que esté dispuesta a trabajar para el gobierno, en Venezuela, aún después de que los rojos se hayan ido.

En la otra acera de la discusión se propone la privatización a rajatabla, sin empresa estatal y sin participación del sector público en la gestión del negocio. El Estado, a través deuna agencia de intermediación y supervisión, se limitaría a seleccionar y licitar las áreas y activos que se vayan poniendo a la venta (o alquiler o concesión, el mecanismo que se escoja), asegurar el cumplimiento de las leyes y regulaciones y finalmente cobrar los bonos e impuestos que correspondan. Las tareas de explorar, producir, transportar, almacenar, refinar y vender estarían a cargo de terceros, quienes a su vez serían responsables de las inversiones, la recuperación de los activos y la buena marcha de las operaciones. Así de simple. El gobierno tendría unas entradas sustanciales (nadie puede garantizar que serán bien usadas, pero así es la vida en este trópico) y se podría dedicar a sus tareas fundamentales: cumplimento de leyes, políticas económicas sanas (control de inflación, desregulación, fomento a la inversión, estímulos a la competencia), seguridad, salud, educación, infraestructura y poco más. Nada de manejar empresas ni emprendimientos ni participaciones en negocios.

¿La privatización podría impedir la entrada de la política en las operaciones petroleras? Hasta cierto punto sí, con ciertas reservas, pues no hay forma de protegerse de un régimen como el que ha gobernado Venezuela en el siglo XXI. Pero esa es otra historia, y habría que empezarla por el principio: para tener un país viable y próspero hay que elegir –cuando se pueda- un gobierno decente, honesto y competente. No hay de otra.

Alberto Rial

Ingeniero con Maestría en Gerencia. Autor del libro “La Variable Independiente”