VENEZUELA

Tierra de Gracia

“Aquella Tierra de Gracia –después de 500 años
de progreso- debe ser una tacita de plata”
Pedro León Zapata
El Nacional, 09-08-1998


 

Jorge Zajia

Jorge Zajia | Editor en jefe

Torno a mi propósito referente a la Tierra de Gracia, al río y lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se le llama mar, por lo que se les llama de esta manera al de Galilea y al Muerto. Y digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no se ha tenido noticia; más yo muy asentado tengo en mi ánimo que allí donde dije, la Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal”.

El párrafo anterior fue extraído de la carta escrita por Cristóbal Colón a los Reyes de España, donde describe el descubrimiento del continente americano en su tercer viaje, precisamente en la desembocadura del río Orinoco, entre la isla de La Trinidad y el Nuevo Mundo. El Almirante de la “Mar Océana”, quedó tan gratamente complacido con la belleza y dulzura de sus pobladores e impresionado con el esplendor de la vegetación feraz que sus ojos vieron, que extasiado exclamó que esta era La Tierra de Gracia. Y realmente lo es.

Lo que jamás podía intuir o tan siquiera sospechar el ínclito navegante genovés, era que más allá de lo que sus sentidos apreciaban, la verdadera riqueza material estaba contenida en el subsuelo de estas tierras vírgenes donde por vez primera se clavó la cruz de Cristo, en señal inequívoca del Descubrimiento y el preámbulo de la Conquista de América.

Venezuela-o Pequeña Venecia, como la bautizó Américo Vespucio-, a lo largo de su historia ha vivido situaciones realmente difíciles. Un ejemplo de ello es la larga y terrible guerra de la Independencia (1810-1824) que la desangró y el país perdió más de la mitad de su población y toda su precaria riqueza agropecuaria que en esa época no eran mucha. Simón Bolívar, en un paraje de su último viaje sin destino y sin retorno a San Pedro Alejandrino en Santa Marta, se lamentó: “Esta guerra no valió la pena y hubiese sido mejor negociar la libertad con España”.

Por ello, cuando analizamos la situación actual del país petrolero por excelencia de América, no nos alarmamos, porque la tierra que vio nacer al Libertador de América ha tenido momentos más aciagos en su corta historia y, sin entrar en consideraciones políticas –las cuales sufren todas las naciones, sin excepción-, esta Tierra de Gracia cuenta con una formidable herramienta, un arma poderosa (entre muchas otras), que bien utilizada derrotaría el atraso y la pobreza, y la enrumbaría exitosamente por las sendas del progreso colectivo y la ansiada felicidad.

El precio justo de la gasolina es esa herramienta, pues una de las causa de la miseria que vive este rico país, es lo que los nacionales pagan por el preciado combustible; por ello hemos estado gritando a los cuatro vientos para que nos escuche quien nos quiera oír, que un aumento significativo en el precio de los combustibles redundaría en el enriquecimiento de toda la nación.

La cuenta es muy fácil de sacar, más su implementación podría ser complicada, porque este es un tema tabú en un país donde el petróleo es una especie de oráculo y no lo que realmente es: un combustible que, como el carbón y la leña, es una fuente de energía para la generación de bienes de capital, que es realmente el territorio donde habitan el trabajo y el bienestar de todos.

No todo está perdido en esta tierra de mujeres y hombres generosos e inteligentes y hoy como ayer, el país está ante la gran oportunidad de revertir la situación que sufre. Venezuela es uno de los pocos países en el mundo –y el único de América- que tiene suficiente holgura para aumentar significativa y decididamente el precio de la gasolina y ello, lejos de originar una tragedia, constituirá la palanca para enderezar el rumbo y así revertir la situación financiera de estos aciagos años.

El aumento del precio de los combustibles y lubricantes, planificado de forma inteligente, con verdadero espíritu de servicio público, firmeza política y consenso nacional, conllevaría –a grosso modo y a vuelo de pájaro- a: Ahorrarse el subsidio, quebrar el contrabando de extracción, eliminar las importaciones y restablecer las tradicionales e históricas exportaciones de los derivados del petróleo.

Cuando Colón vio a sus espaldas el continente se maravilló en gran manera… solo pensó que esa masa de agua dulce, muy sabrosa, no podía provenir de otro lado sino del Paraíso Terrenal… y rememoró la teoría que afirmaba que Dios no había destruido el Paraíso y que aquel lugar era el Jardín del Edén…”