CHINA
La Guerra del Opio


 

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Jorge Zajia

Jorge Zajia Editor in Chief

En 1830, año en el que murió El Libertador Simón Bolívar en la hacienda San Pedro Alejandrino en Santa Marta, los narcotraficantes británicos tenían un jugoso negocio introduciendo unas 1,500 toneladas de opio al año a China, cuyas consecuencias, además de arruinar económicamente al gran país asiático, había originado una epidemia de adicción en su población que amenazaba con la desintegración a la sociedad china.

Ante esta situación, el gobierno chino prohibió del comercio del opio en su territorio y decretó su incautación, lo que dio pie a que el imperio británico, aprovechando su superioridad naval, le declararan la guerra y forzaran la rendición de China, que tuvo que entregarles Hong Kong y abrir sin restricciones los puertos de China al comercio exterior, quedando cautiva del imperialismo occidental.

Ya para 1880 la sociedad china estaba destruida, desmoralizada y corrompida, a merced a la introducción de más de 6.500 toneladas ese año, que engordaban las barrigas y las cuentas bancarias de los “comerciantes” del dolor y la basura. Ese noble y milenario pueblo, cuna de una de las culturas más importantes del mundo, era cautivo del vicio del opio, una droga que anula la voluntad de las naciones.

El opio es un terrible veneno, tan peligroso y mortal, que el emperador Daoguang a principios de 1830 emitió un decreto en el que sentenció que: “El opio está inundando el interior del imperio celestial. La multitud de consumidores crece día a día…; son como fuego y humo, destruyendo nuestros recursos y haciendo daño a nuestros súbditos. Cada día es peor que el anterior”.

 Larga y cruenta fue la guerra del opio que libró China en contra del imperio británico y sus socios. Esa lucha tiene que ver con la tradición y la historia de China que es muy fuerte en su lucha contra las drogas, pues el recuerdo del opio introducido por la Gran Bretaña es

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una experiencia inolvidable e irrepetible, porque ayudó a debilitar y a degenerar a la sociedad, a destruir a la familia y a China como país. Por ello, traficar con drogas es un crimen muy grave, que según se establece en el Código Penal es castigado con la pena capital, con la pena máxima, con la pena de muerte o la cadena perpetua. El pueblo y el gobierno de China se oponen fuertemente a la producción, el transporte, la posesión y el consumo de cualquier tipo de drogas.

Las anteriores reflexiones, nacieron de unas declaraciones que le oí hace unos 5 días a Tao Liu, Jefe de la Sección Política y portavoz de la embajada de China en Colombia, donde la circunstancia de que en su país hay 138 colombianos presos, 11 condenados a cadena perpetua y 12 a la pena de muerte.

Tao es un hombre joven, de muy buen aspecto, de una impecable presencia personal y espiritual. De hablar suave y seguro, que transmitía confianza y convicción en su ponencia. Eso si, fue tajante y duro, al reafirmar la posición de su país con respecto a las drogas y que aquí hemos registrado.

Mientras lo escuchábamos, nuestro pensamiento viajaba por los casos bien documentados del paraíso de la droga que es hoy Venezuela, un país cuyo régimen cuenta con el respaldo político y económico de China, para sostenerse en el poder. Ese es un punto que China debe aclarar, pues si apoya al régimen usurpador, en reciprocidad y justicia, debería dejar en libertad a los narcotraficantes colombianos condenados por sus duras leyes contra las drogas.

Juan Guaidó, en su calidad de Presidente Constitucional de Venezuela, debería emplazar con todas las fuerzas que le dan la mayoría de sus nacionales, al gobierno chino -y al ruso, y al cubano y a todos quienes apoyen a los narcotraficantes venezolanos-, a que se definan, a que fijen posición, ante este delito de lesa humanidad, que está destruyendo el tejido social de todos los pueblos del mundo.

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