Nov 08 2024
USA no puede vivir sin fracking
En mi nuevo artículo en el Wall Street Journal, explico por qué el tema recurrente de la “prohibición del fracking” es un viaje al pasado; porque actualmente es crucial para la economía estadounidense y permite a Washington apoyar a nuestros aliados en todo el mundo.
Daniel Yergin/S&P Global
Hoy en día, lo yacimientos no convencionales de lutitas representan más del 70 por ciento de la producción de petróleo de Estados Unidos y más del 80 por ciento de la producción de gas natural –y es la razón por la que Estados Unidos ha pasado de ser el mayor importador de petróleo del mundo al mayor productor de petróleo del mundo– y por qué eso es tan importante para los aliados de Estados Unidos.
La campaña presidencial de este año presenta una rareza: un debate sobre la prohibición del fracking. Lo sorprendente es que se esté dando una conversación de ese tipo. Esta charla lleva a los participantes a través de la Wayback Machine hasta las dos primeras décadas de este siglo, cuando la fracturación hidráulica y la perforación horizontal (conocidas en conjunto como fracking) llamaron la atención del público. Estados Unidos era entonces el mayor importador de petróleo del mundo. Hoy es independiente energéticamente: según estimaciones de S&P Global, más del 70% de su petróleo y más del 80% de su gas natural se producen mediante fracking. El proceso se ha vuelto esencial para el suministro de energía del país y no se puede eliminar.
No hace mucho, la perspectiva de la independencia energética de Estados Unidos parecía fantasiosa. Durante más de cuatro décadas, todos los presidentes aspiraron a ella, pero su objetivo parecía inalcanzable. Muchos observadores consideraban que Estados Unidos estaba destinado a volverse más dependiente de las importaciones. Sin embargo, en los últimos años, Estados Unidos ha logrado la independencia energética en términos netos. La producción estadounidense se acerca a los 13,5 millones de barriles de crudo al día, superando en varios millones de barriles al día a la de los grandes productores perennes Arabia Saudita y Rusia. Si a eso le sumamos los llamados líquidos de gas natural, Estados Unidos produce alrededor de 20 millones de barriles al día.
Los libros de texto solían sostener que la producción comercial de lutitas era imposible. La innovación y la inversión a lo largo de décadas han demostrado lo contrario. Sin embargo, a pesar de este progreso, muchos siguen subestimando lo transformador que ha sido el petróleo de lutitas para la economía estadounidense y el estilo de vida americano.
Consideremos un ejemplo concreto. Mi firma estima que los vehículos eléctricos híbridos enchufables y alimentados por baterías representarán alrededor del 2% de la flota de vehículos ligeros de carretera de Estados Unidos en el 2024. Si se prohibiera el fracking, Estados Unidos necesitaría importar cantidades extraordinarias de petróleo para alimentar nuestros automóviles de gasolina y diésel. En 2008, antes de que se iniciara en serio la producción de petróleo de lutitas, la factura neta de importación de petróleo era de 388.000 millones de dólares, más del 40% del déficit comercial total de mercancías. Hoy, en cambio, esa misma factura es prácticamente nula.
La eliminación gradual del fracking tendría otros costos. Si Estados Unidos volviera a importar, el precio del petróleo aumentaría sin duda, ya que nos veríamos obligados a competir por el suministro con países como China, que se calcula que importa más del 70% de su petróleo. Estados Unidos también exporta una gran cantidad de gas natural licuado, producido principalmente a partir de lutitas. Sin él, el efecto positivo del GNL en la balanza comercial también desaparecería.
El efecto económico es evidente en medio de la agitación geopolítica. En décadas anteriores, trastornos como la guerra de Ucrania contra Rusia y la guerra de Israel con los aliados de Irán habrían disparado los precios mundiales. En los últimos años, la escalada de la producción estadounidense ha ayudado a compensar esos aumentos. Este efecto estabilizador se volvería aún más crucial si una guerra en expansión en Oriente Medio apuntara a las principales instalaciones petroleras regionales, amenazando con hacer subir aún más los precios.
El gas de lutitas influye más que en los precios o las balanzas de pagos de Estados Unidos; también aumenta nuestra fortaleza geopolítica. Uno de los varios errores de cálculo de Vladimir Putin al invadir Ucrania fue que podía usar la energía para destrozar la coalición europea que apoyaba a Kiev. Su estrategia fracasó porque los grandes suministros de GNL, reforzados por el aumento de las exportaciones de Noruega, compensaron la pérdida del gas ruso. Casi la mitad del suministro de GNL de la Unión Europea en el 2023 consistía en GNL de origen estadounidense, procesado principalmente a partir de gas de lutita, lo que convierte a Estados Unidos en su principal proveedor. Si ese suministro se viera limitado, la seguridad de nuestros aliados se vería gravemente comprometida y se eliminaría un elemento importante del arsenal de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
La misma dinámica se aplica a los aliados de Estados Unidos en el Pacífico. Japón y Corea del Sur han llegado a depender de las exportaciones energéticas estadounidenses, que han demostrado ser esenciales para diversificar su suministro y fortalecer su seguridad. Perder esa contribución los haría más vulnerables, reduciría su confianza en la fiabilidad de Estados Unidos y probablemente los empujaría a importar de Rusia.
Prohibir el fracking sería una decisión equivocada y destructiva para Estados Unidos y sus aliados. Los debates recurrentes y desfasados sobre el tema deben dejarse de lado a la luz de un hecho central: el gas de lutita se ha vuelto crucial para la economía estadounidense y la seguridad energética mundial. Llegó para quedarse.
Daniel Yergin, vice chairman of S&P Global, is the author of “The New Map: Energy, Climate, and the Clash of Nations.”
Daniel Yergin | www.danielyergin.com