En mi blog hoy lunes, 20 de febrero, 2023

El conejo de la primavera


En los 20 años de casi absoluta felicidad que he vivido en un pequeño rincón de Virginia, he permanecido – gracias a la generosidad de mis hijos – en un complejo residencial de grandes dimensiones, impecablemente mantenido. Son cinco grandes edificios colocados en forma semicircular, cada uno de ellos de 10 pisos, cada piso con unos 40 apartamentos, es decir, unos 400 apartamentos por edificio, lo cual quiere decir que el complejo tiene unos 2000 apartamentos, en los cuales viven unas tres personas en promedio, unos 6000 habitantes.

Es decir, es todo un pueblo, en el cual existe una mezcla de edades y de razas. Hay muchos  habitantes de la tercera edad, por lo cual casi todas las noches llegan las ambulancias del 911 a llevarse a algún habitante al hospital, algunos para no regresar.

También hay bastantes niños. Desde mi ventana, en la mañana, veo los padres llegar con sus niños al sitio donde los recogerán los buses que los llevarán a sus escuelas. Es un hermoso espectáculo, ver a niños orientales, latinos, de múltiples nacionalidades caminar  bajo el peso de sus libros y abordar los vehículos que los llevan hacia su progresivo mejoramiento como seres humanos, a través de la educación.

El complejo tiene una magnífica zona verde que ocupa casi una tercera parte del “pueblo”. Es un bosque en el cual se camina en la penumbra, gracias a la concentración de altos árboles. Transitar por este bosque fue siempre uno de mis mayores placeres,  junto a Marianela, mi esposa.

Tomados de la mano, caminábamos lentamente observando  cada árbol, cada flor, los matices de verde. Nos deteníamos a contemplar la laguna que sirve de hogar a las marmotas y las tortugas y nos sentíamos parte integral de esa naturaleza.

Ahora camino en el bosque solo, con una mezcla de paz interior y de nostalgia, pero siempre en sintonía con la naturaleza que me rodea, de la cual han desaparecido algunos viejos árboles y han aparecido árboles niños. En estos días, cuando el aire se torna tibio, con aromas que nos hacen presentir la llegada de la primavera, camino entre la floresta, con pasos más lentos e inciertos pero con la misma sensación de comunión con árboles, arbustos y musgos.

Ayer, aprovechando la relativa suavidad del día, entré al bosque y, de repente, saltó frente a mí el conejo de la primavera. Es blanco y pequeño, supongo que de suavísima piel, aunque nunca se ha dejado tocar. Salió de su hueco, me miró  a los ojos por un par de segundos y, en ese momento, me parece – casi podría jurarlo – pareció decirme algo. Le entendí que él no es el mismo conejo sino un descendiente  de los innumerables conejos que se han asomado por mucho tiempo por ese mismo agujero. Me dice que su tarea es salir y darle a cada quien que pasa por allí una mirada que le transmita la tibieza de la primavera, aún a quienes ya están en las postrimerías de sus inviernos. Agrega que la primavera es el renacimiento, como la bella mujer que Boticelli pintó adornada de flores. Es la sonrisa de los enamorados y la fragancia de una piel. Es un recordatorio que la vida es todo poderosa, que siempre habrá un conejo de la primavera y gente eternamente enamorada de las cosas bellas y de las cosas nobles.

Salí ayer del bosque sonriendo, pues pude entender que no hay diferencias reales entre el  invierno y la primavera, que casi todo final contiene semillas de principio.

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Publicado por Gustavo Coronel