Sueños de Libertad, Despertares de Esclavitud


 

Gustavo Coronel, geólogo venezolano

Anoche soñé que el Presidente Juan Guaidó había constituido un gobierno en el exilio, desde el cual había notificado a los venezolanos que se iniciaba la estructuración de un ejército de liberación integrado por voluntarios venezolanos y de extranjeros que se quisiesen sumar a ese cuerpo. Esta decisión, nos decía el presidente legítimo de Venezuela, había sido tomada porque el régimen se negaba a irse del poder y continuaba oprimiendo al pueblo. La situación de los venezolanos había llegado a ser insostenible y se habían perdido las esperanzas de una transición pacífica. Los cubanos – decía Guaidó –  no le permitían al régimen de Maduro abandonar el poder porque ello sería de consecuencias muy graves para el gobierno castrista. Maduro y su pandilla eran títeres del castrismo, nos decía Guaidó.

En cada país que apoyaba a Guaidó, que eran la inmensa mayoría, se habían establecido centros de registro y de entrenamiento militar básico. En cuatro meses el número de voluntarios ya sobrepasaba los doscientos mil hombres y mujeres, de todas las edades. Yo había acudido al centro de Virginia, USA, donde había sido aceptado – a pesar de mi edad –  como miembro del grupo que desembarcaría en la zona central del país. Los países democráticos de las Américas se habían comprometido a equipar al ejército de voluntarios y se había comenzado a planificar la logística de lo  que sería un desembarco por varios sitios simultáneos. Excepto por los detalles técnicos y militares la noticia de lo que se proyectaba no  se había mantenido en secreto. Primero, porque era imposible, segundo, porque era innecesario. Más aún, saber lo que estaba gestando había hecho que la población venezolana recuperara su entusiasmo y comenzara a organizarse en centros de resistencia que actuarían en apoyo al ejército de liberación. En los cuarteles pululaban toda clase de rumores. Soplaban los vientos de fronda. Algunos miembros del régimen se habían ausentado “de vacaciones” hacia Cuba y Nicaragua, otros hacia Rusia o Zimbabue. La Carlota experimentaba una inusitada actividad.  El yate de Aristóbulo había zozobrado en su intento de llegar a Cuba, por llevar sobrepeso en lingotes y la marea había llevado hasta la playa en espectáculo deprimente –  el cuerpo, en bikini, de una funcionaria del régimen de alto nivel.

Nicolás Maduro había convocado a líderes de la oposición “sensata” y había incorporado a Henri Falcón, Claudio Fermín, Enrique Ochoa Antich y a Juan Barreto a un gabinete que lucía de amplias dimensiones. Padrino López se dirigía incesantemente al país con arengas en contra de la presencia  “de botas extranjeras tratan de hollar el sagrado suelo de la patria”. El titular del nuevo Ministerio Popular para la Paz y la Felicidad, MINPOPUPAFEL, Claudio  Fermín, hablaba de la necesidad de evitar el derramamiento de sangre y de vivir en paz, entre hermanos. Aunque en el sueño yo sabía que era Fermín, su figura era la de un zorro entrado en años, una de esas cosas absurdas que tienen los sueños.

Un fraile muy parecido al Tigre predicaba en la esquina de Pajaritos sobre la necesidad de tener paciencia.  ¿“Y es que 20 años de paciencia no bastan?” le respondía una joven indignada por la mansedumbre del predicador.

Inmensos barcos de crucero se habían habilitado para transportar el ejército de liberación, escoltados por barcos de guerra de varios países de América. La operación se iniciaría con un ataque aéreo contra Fuerte Tiuna, símbolo del entreguismo chavista.

Me desperté cuando me encontraba esperando mi turno para entrar a la nave que me llevaría a Venezuela. En las inmensas filas de voluntarios me encontré con muchos amigos vivos  y otros  ya fallecidos en la realidad, todos quienes irían a luchar por la libertad del país. Íbamos a librar  una segunda guerra de independencia para Venezuela. Como la primera, esta también tendría que ser – lamentablemente –  una guerra civil, ya que con Bolívar combatieron muchos españoles y extranjeros voluntarios, mientras que con Boves y Morales lucharon muchos nativos de Venezuela. Ahora los venezolanos deseosos de libertad, democracia y justicia se verían las caras con venezolanos traidores a su país, muñecos de trapo bajo las órdenes de la Cuba castrista, gente con y sin uniforme que vendió su alma al narcotráfico y al contrabando.

En este punto de mi sueño me desperté y debí regresar, con reticencia, a la realidad.  Leo las últimas declaraciones de algunos líderes políticos, politólogos y expertos que siguen recomendando negociar con Maduro y darle garantías a él y a su círculo de pandilleros que no serán perseguidos. Esa es la pesadilla llena de indignidades a la cual despertamos. Por cansancio espiritual, porque han perdido la voluntad de resistir, porque están exhaustos o porque ven que ello les daría beneficios personales, estos venezolanos (y algunos extranjeros)  nos recomiendan entregar  las banderas que un país debe mantener en alto si aspira a ser digno y decente.

Estoy impaciente por ver transcurrir el día y llegue, de nuevo, la hora de soñar. Solo en sueños somos libres los venezolanos de hoy.

Al despertar se regresa a la condición de esclavos aletargados, unos presos de una profunda angustia por la inacción que nos rodea, algunos por el entreguismo disfrazado de pragmatismo y aún otros por el descarado abandono que han hecho de sus principios y valores.

 

Publicado por Gustavo Coronel