Qué veré más allá de aquél recodo?


 

Gustavo Coronel, geólogo venezolano

En mis años como geólogo de campo me costaba mucho decidir cuándo parar por el día, en mis tareas de examinar los afloramientos rocosos en  ríos o quebradas, sobre todo  si veía  a distancia razonable un nuevo recodo en el río, la promesa de un nuevo afloramiento, el potencial de un nuevo hallazgo. Y es que los geólogos somos muy curiosos.

Me preguntaba: ¿Encontraré algunos fósiles? ¿Veré indicios de fallas o plegamientos que me hagan posible reconstruir la geología del área? ¿Podré encontrar un buen afloramiento de rocas que me permitan establecer la secuencia sedimentaria? Siempre tenía curiosidad por saber lo que me esperaba más allá del recodo.

El ser humano siempre ve hacia el futuro con ansias de saber lo que verá más allá del recodo, aun cuando esa curiosidad esté con alguna frecuencia mezclada con temor. Aunque siempre habrá un futuro, al individuo solo se le permite una minúscula ventana consciente entre el “infinito” pasado y el  “infinito” futuro.  De allí que nunca sabremos cual será el destino de nuestro planeta afectado por el calentamiento global o si viajaremos algún día a las estrellas.

La imposibilidad de satisfacer esa incurable curiosidad del ser humano representa una de las mayores decepciones que debemos enfrentar como miembros de la raza humana. Yo diría que es un monumental error de diseño por parte del creador del cosmos.

Se nos ha dado el don de imaginarnos el futuro sin la posibilidad de verificarlo. Ello es particularmente cruel, del mismo tipo de crueldad de  lo que le había sucedido a Jorge Luis Borges, quien decía – resignado – que Dios le había dado, al mismo tiempo, los libros y la imposibilidad de leerlos.

Quizás lo que forzosamente dejaremos de ver es importante pero quizás no más importante que lo que hemos dejado de ver durante los miles de años en los cuales aún no habíamos nacido. No pudimos ser un  soldado de Alejandro el Grande. No cenamos con Víctor Hugo ni conocimos a Cervantes. Ni coqueteamos con Cleopatra  ni estuvimos presentes el día del estreno de  la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz. No figuramos entre las multitudes en los  lienzos de Frans Hals ni fuimos miembros de la corte de Isabel, la reina Virgen. No estuvimos cerca del cadalso el día que le cortaron la cabeza a Tomás Moro por defender sus principios ni asistimos al martirio de los primeros cristianos. Ni anduvimos con Heródoto en sus viajes ni con Henry Stanley en su búsqueda del Dr. Livingston.

Haciendo un ejercicio de imaginación apenas podemos tratar de ponernos en el lugar de aquellos acontecimientos. Podemos pensar que estamos en el pueblo de Barrera en la noche del 23 de Junio de 1821, la  anterior a Carabobo,  que entramos a la sala de la casa solariega y vemos  – a la luz de las velas – el rostro de Bolívar, quemado por el sol. Lo oímos conversar con sus generales sobre la estrategia a seguirán a  la mañana siguiente. Y hasta nos preguntamos: ¿es que eso pasó solamente esa vez o acaso sigue pasando infinitas veces, cada vez que uno hace un  ejercicio de la imaginación, o cada vez que el hijo pequeño de Dios decide poner su juguete a funcionar?

Ese momento en la historia ciertamente tuvo lugar.  Ese momento en el cual Bolívar habló con sus generales y recibió sus comentarios existió.  ¿Existirá aún, en algún recodo el tiempo, como película que se repite una y otra vez?

Todo  es posible porque es parte de lo mucho que no sabemos acerca del gran misterio. ¿Son el futuro y el pasado una gran ilusión, una correa sin fin que da la vuelta una y otra vez, accionado por la mano de un súper niño, cuyo Dios padre le dio un universo como regalo de cumpleaños?  ¿Somos parte de una gran farsa cósmica?  ¿Un accidente? ¿El resultado de un propósito consciente de un Dios moral y compasivo?

En mi perplejidad me paro de la cama, voy a la cocina, me tomo un vaso de agua y regreso a la cama. Casi siempre me vuelvo a dormir plácidamente, en algunas otras ocasiones no logro conciliar de nuevo el sueño. Cuando eso sucede me voy a la TV y me pongo a ver una película del circuito Turner, el cual muestra películas  viejas, buenísimas, casi siempre en blanco y negro.

Son películas de hace 40-50 años, de trama muy sencilla, en las cuales había un bueno, un malo y el bueno siempre ganaba. Cuan reconfortante!

 

Publicado por Gustavo Coronel