¡NACIONALICEMOS LA INDUSTRIA PETROLERA!

Por: Maxim Ross


 

Maxim Ross

Voy a comenzar con una aseveración que, quizás moleste a muchos, en especial a aquellos que han trabajado seriamente el tema y también a los que han puesto en practica su experimento, unos con gran éxito, otros con lo contrario, porque es que la palabra privatizar o la privatización han causado tantos enconos y tantos adherentes que no estoy seguro nos convenga seguirla utilizando, sobre todo si queremos avanzar en que el negocio petrolero en su plenitud nos sea devuelto a nosotros sus propietarios, los venezolanos.

Cada vez que usamos el termino privatizar, no solo sus enemigos lo descalifican con tanta firmeza que terminan convenciendo a la gran mayoría de sus desventajas, sino que nosotros también contribuimos con su descalificación porque, cada vez, que se pone en practica aparece un gran capital tomando posesión de la propiedad estatizada, sea este nacional o extranjero. La gente común, fácilmente engañada por la propaganda politica, termina sintiendo que ha sido estafada o, inclusive, creyendo que le han “robado” lo que era suyo, cuando nunca lo fue.

Sugiero, entonces, iniciar dos planos de acción. En primer lugar, cambiar el concepto de “privatizar” por el de nacionalizar porque, en realidad no estamos frente a un tema tecnocrático, de carácter financiero o de defensa de la propiedad privada, ambos desde luego en su estricto sentido en la dirección correcta, sino porque creo que estamos frente a un tema de carácter político. Si queremos lograr el objetivo de que nuestra principal industria pase a manos de los venezolanos, quienes somos sus verdaderos dueños, tenemos que pensarlo y focalizarlo en ese sentido, terreno en el cual lo han logrado contaminar sus adversarios.

Nacionalizar, hay que aclararlo enfáticamente, no es estatizar, como realmente se hizo en nuestro caso, cuando las sucursales de las petroleras internacionales y las pocas empresas venezolanas pasaron a manos del Estado, con el falso e intencionalmente incorrecto nombre de nacionalizarlas. Eso lo sabemos y lo sabe todo el mundo, pero donde hay que poner la mira es en decirles y demostrarle a todos cuán lejos estuvo y está su principal industria de su poder de decisión. Nada de lo que se hace dentro de ella está al alcance y en manos de la gran mayoría de venezolanos.

Por otro lado, el tema no puede confundirse con los momentos en que fue bien manejada, porque si bien hubo una etapa en la que fue muy bien conducida por manos expertas, ello no es una excusa para exigir que sea real y efectivamente nacionalizada y lograr la plena participación de los venezolanos en su manejo, orientación y dirección. Mas todavía ahora, cuando PDVSA exhibe el peor resultado en toda su historia, siendo que es exclusivamente dirigida por quienes tienen el control del poder político, se han adueñado del Estado venezolano y toman decisiones dentro de un privilegiado y cerrado circulo político-militar.

En segundo lugar, sugiero al mundo político iniciar una campaña en un  terreno práctico,  utilizando todos los expedientes de propaganda para ilustrar a los venezolanos sobre la diferencia entre estatizar y nacionalizar, probablemente usando una batería de instrumentos que van, desde las experiencias internacionales en el manejo de la industria, con una amplia participación de la sociedad civil, de los ciudadanos,  de sus verdaderos dueños los “nacionales”, hasta la explicación de las ventajas que tendría su nacionalización. Por ejemplo, con la difusión de los beneficios económicos directos que comenzaría a recibir cada uno de los venezolanos, comenzando con la entrega de un titulo de propiedad, de una acción de PDVSA con nombre y apellido y con el valor en dólares o euros que corresponda.

Luego, comenzar a difundir los derechos que otorga esa posesión en distintos frentes, como en la participación de las ganancias, seguros personales o colectivos, reducción de impuestos, capacidad para convertir esos activos en préstamos o en garantías para fines de desarrollo familiar, en especial para la educación de los hijos. Finalmente, y quizás lo mas importante idear el método, claro y transparente, para que cada quien se sienta representado en la Asamblea de Accionistas y en sus órganos directivos.

Con ello, vuelvo al punto, mientras sigamos encerrados en la tesis de privatizar y el lenguaje se centre en sus ventajas financieras, en la eficacia de las instituciones a privatizar tendremos parte de la batalla perdida. Solo cuando enfrentemos de que se trata de un muy relevante y álgido tema político, quizás, digo quizás, podamos avanzar en ese salto cualitativo que sí que cambiaría el ordenamiento público y político venezolano, quitándole esa herramienta de poder a quienes la han mantenido hasta ahora. Cuando logremos eso, entonces, si que podremos hablar de una democracia efectiva y vigilante en Venezuela.

Consciente estoy de si esta es o no la oportunidad de hacer este llamado, por esa voz que se corre hoy de que ya no somos, ni seremos un país petrolero, por un lado, por las limitaciones que impone actualmente el mercado internacional y, por el otro, por lo que implica reconstruir nuestra devastada industria, pero como alguien dijo: “Llueve y escampa” y nada dice que este mundo de hoy será así para siempre. En todo caso, allí están unas reservas que están esperando una nueva oportunidad de ser explotadas, solo que ahora debemos hacerlo aprendiendo de las lecciones que nos han llevado hasta aquí.

De todas ellas, de cómo adueñarnos del negocio petrolero ha de ser nuestra máxima conseja.