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La salida a la tragedia venezolana no admite arreglos


 

La tendencia actual de algunos analistas, politólogos, políticos y ciudadanos en general en torno a la tragedia venezolana del siglo XXI es la de favorecer un diálogo con el régimen chavista/madurista en el poder, ya que esa es la vía utilizada con mayor frecuencia por países que han confrontado una situación similar a la venezolana. Esta tendencia ha sido alimentada en buena medida por el estudio de casos similares al nuestro,  tales como los de Chile, África del Sur, España, Polonia y Brasil. Un estudio particularmente valioso para quienes se interesan por estos ejemplos ha sido el trabajo de Sergio BITAR y Abraham F. LOWENTHAL (eds.). Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos. Colección ensayo. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016. 660 pp. ISBN: 978-84-16495-70-2. En este libro se incluyen nueve casos “exitosos”  de transición de gobiernos autoritarios a la democracia, transiciones que los autores definen como el logro de “una gobernanza democrática – desigual y, en algunos casos, incompleta – pero irreversible”. Los autores establecen desde el principio que el verdadero logro obtenido por estos procesos de transición ha sido su irreversibilidad,  mas no la obtención de niveles de gobernanza al nivel de lo deseado,

La otra advertencia esencial que nos hacen los autores del valioso libro arriba citado es que: “Dadas las diversas circunstancias y trayectorias de las transiciones de regímenes autoritarios  hacia la democracia no puede existir un modelo o manual simple de “prácticas óptimas” aplicables universalmente a las transiciones”.  El valor del libro de Bittar y Lowenthal estriba en que con la cautela derivada de la advertencia anterior es posible, como ellos dicen, “aprender mucho de los líderes que manejaron estas transiciones, especialmente mediante la identificación y la exploración de como percibieron y gerenciaron los asuntos claves que surgieron en casi todos los casos”. 

Es de esta manera cautelosa como se pueden aprovechar al máximo las experiencias narradas por Bittar y Lowenthal en su libro y no, como pretenden algunos de nuestros compatriotas, utilizarlo como una biblia, a la cual hay que seguir fielmente.

El primer paso en la transición, según Bittar y Lowenthal, es Terminar con el régimen autoritario. Ellos dicen que los gobiernos autoritarios no renunciaron al poder hasta que un sector importante del régimen percibió que hacerlo era la única manera de evitar consecuencias indeseables: pérdida severa de apoyo, violencia civil, una división en el ejército, serios daños económicos o amenazas a la integridad territorial de la nación. La humillación de una derrota militar, un colapso económico o una debacle electoral en ocasiones aceleró su salida. Sin embargo, añaden, estos traumas condujeron a una transición democráticasolo cuando segmentos del régimen autoritario toleraron o apoyaron las demandas democráticas de la oposición.

En el caso venezolano estos componentes están todos presentes excepto el paso final mencionado por Bittar y Lowenthal, el cual establece que la transición ocurre solo cuando miembros del régimen autoritario toleran o apoyan las demandas de la oposición. Esto aún no ha ocurrido en Venezuela, pero definitivamente está  más cerca de ocurrir que nunca antes en el pasado, no porque la pandilla que está en el poder así lo quiera, sino debido a las sanciones externas, a las fracturas internas del régimen y a la presión continua que se ejerce desde afuera de Venezuela y que Juan Guaidó y la oposición han promovido desde adentro y pudieran acentuar en el futuro. Esto sugiere que un diálogo, el cual lleve a hacerle inevitables concesiones a un régimen extremadamente debilitado no es estratégicamente deseable en el caso venezolano.    

El segundo paso mencionado por Bittar y Lowenthal es  Ejecutar y gerenciar la transferencia de poder.

De todos los pasos necesarios para lograr el ‘éxito´ de la transición este es el que parece presentar mayores dificultades para Venezuela, ya que incluye componentes tales como la necesidad de tener funcionarios nuevos de gran competencia profesional, lograr la confianza del mundo exterior, revertir el intenso deterioro social y económico del país, desmontar los sistemas de corrupción instalados por el régimen, controlar la inflación y tantos otros. El mayor de estos obstáculos, sin embargo, puede llegar a ser – en nuestro caso – el de armonizar lo que los autores del libro llaman “imperativos conflictivos, entre quienes habían visto violado sus derechos humanos por el anterior régimen, responsabilizando a quienes habían cometido groseras violaciones, por un lado, y preservando, al mismo tiempo, la lealtad de las fuerzas de seguridad (algunos de cuyos miembros habían sido culpables de estas violaciones)”.  

Añaden los autores que para llevar a cabo esta transición  se“tuvieron que encontrar maneras de llevar a cabo la difícil tarea de promover la aceptación mutua entre antiguos enemigos llenos de resentimiento”.   

 

Sin sub-estimar la gravedad de los abusos cometidos por las dictaduras  en otros países es difícil pensar que las víctimas de la tragedia venezolana, es decir, el 90% + de los habitantes, pueda llegar a coexistir pacíficamente con los miembros del régimen chavista que ha arruinado a la Nación. Los muertos por el régimen se cuentan por miles, los prisioneros y torturados por centenares, las empresas confiscadas por centenares, los niños abandonados por miles, los ancianos y los adultos pasando hambre y muriendo de mengua por millones, los miembros de la diáspora por millones.

Sería demasiado pedirle a la población venezolana una reconciliación con la banda de criminales. La justicia no puede transformarse en una transacción  que lleve a la impunidad. Los autores del libro están conscientes de esta dificultad en los casos estudiados pero dudo que hayan podido medir de manera correcta el grado de resentimiento que existe en Venezuela. No será posible coexistir en paz con gente en quien no se puede confiar y que son nuestros victimarios. Esta sería una pretensión condenada al fracaso.

El examen de los casos que presentan Bittar y Lowenthal revela las diferencias que hay entre esos casos y la tragedia venezolana. En ninguno de esos países la inmensa riqueza nacional fue dilapidada como ha sucedido en Venezuela. En ninguno de esos casos – que sepamos –  la magnitud del éxodo ha sido tan grande. En ninguno de esos casos el liderazgo político criminal ha creado una cleptocracia que ha amenazado la democracia en toda la región como ha sucedido en Venezuela. En esos casos casi siempre hubo una iniciativa por parte del régimen en ejercicio que abrió las puertas del diálogo, lo cual no ha sucedido en Venezuela, puesto que el régimen está embarcado en la creación de un estado a la cubana que no admite concesiones a la democracia.  

La tragedia venezolana tiene características muy específicas que le dan al diálogo entre la oposición abusada y el régimen abusador muy pocas posibilidades de encontrar un piso común de tipo ético, moral o de filosofía de gobierno. En Venezuela existe un enfrentamiento entre dos maneras opuestas de entender la vida en común, el cual solo podrá resolverse con la victoria de la honestidad y la democracia, no a través de un arreglo de coexistencia pacífica o de un poder compartido entre la dictadura y la democracia.