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APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA GENTE DEL PETRÓLEO, CAPITULO VI

LA BREVE VIDA DE PDVSA |  CAPÍTULO  VI


NOTA: 

CAPITULO I PUEDE LEERSE EN LINK:
http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2018/11/apuntes-para-una-historia-de-la-gente.html


CAPITULO II PUEDE LEERSE EN LINK:
http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2018/11/apuntes-para-una-historia-de-la-gente_28.html


CAPÍTULO III PUEDE LEERSE EN LINK:
http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2018/12/pensadores-cronistas-e-historiadores.html


CAPÍTULO IV PUEDE LEERSE EN LINK:
http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2018/12/los-grandes-gerentes-del-petroleo.html


CAPÍTULO V PUEDE LEERSE EN LINK:
http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2018/12/heroes-sin-nombre-del-petroleo.html


 

                        CAPÍTULO   VI

               LA BREVE VIDA DE PDVSA

Presidente de Venezuela           PDVSA                            Período

Carlos A. Pérez                     Rafael Alfonzo Ravard        1976-1979

Luis Herrera Campíns         Rafael Alfonzo Ravard         1979-1983

Luis Herrera Campíns         Humberto Calderón Berti    1983-1984

Jaime Lusinchi                      Brígido Natera                      1984-1986

Jaime Lusinchi                      Juan Chacín                           1986-1990

Carlos A. Pérez                     Andrés Sosa Pietri                1990-1992

Carlos A. Pérez                     Gustavo Roosen                     1992-1994

Rafael Caldera                       Luis Giusti                            1994-1999

Hugo Chávez                        Roberto Mandini                   1999 – 1999


PDVSA FUE ASESINADA POR HUGO CHÁVEZ FRIAS EN 1999

Para todo efecto práctico PDVSA fue asesinada el día de 1999 en el cual Hugo Chávez nombró a Héctor Ciavaldini como su presidente. Sin embargo, durante la década de los 90, la empresa ya mostraba señales de deterioro organizacional, a pesar de haber llegado a un alto nivel de producción. De no haber llegado Chávez a la presidencia, seguramente hubiera durado un poco más en condiciones de razonables funcionamiento, pero eventualmente se hubiera deteriorado debido a su creciente proceso de politización. Su conversión en empresa única, decidida en Barquisimeto en 1997, fue el equivalente a aplicar quimioterapia a un paciente de cáncer, una espada de doble filo, necesaria dada la condiciones imperantes en la empresa pero un   beso de muerte al eliminarse toda posibilidad de medir su comportamiento.    

LA NACIONALIZACIÓN FUE  INEVITABLE

La nacionalización de la industria petrolera venezolana fue una decisión política, inevitable en la Venezuela que surgió después de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez. La aparición del petróleo en la vida venezolana en 1914 (Zumaque 1)  y, luego, de manera espectacular, en 1922 (Los Barrosos), sirvió para consolidar la primitiva dictadura de Gómez y para enriquecer a su círculo íntimo. La generación de 1928 se encargó de sembrar rebeldía y semillas de modernidad en un país atrasado. Sin embargo, esta generación se nutrió de literatura marxista y los partidos políticos creados por sus líderes absorbieron muchas de estas doctrinas, incluyendo la que promovía el poder avasallante del estado. A pesar de que el objetivo fundamental de los estudiantes del 28 fue el de remplazar las dictaduras a lo Castro o a lo Gómez para crear un sistema de gobierno democrático, las lecturas marxistas que les sirvieron de combustible ideológico, Plejanov, Lenin y otros,  los llevaron a favorecer sistemas  centralizadores y estatistas. Aún aquellos líderes del 28 quienes, como Rómulo Betancourt,  se apartaron del marxismo para fundar partidos políticos democráticos, introdujeron en ellos esquemas organizacionales de origen leninista-estalinista. En Venezuela todos los partidos, con la excepción de COPEI, fueron creados como organizaciones de izquierda moderada a izquierda extrema. Ser de izquierda fue y ha sido por muchos años lo obligado en los sectores intelectuales, artísticos y políticos venezolanos, tendencia representada  por “El Morrocoy Azul”, la República del Este y el Ateneo de Caracas. Este fuerte sesgo hacia la izquierda invadió todos los aspectos de la vida nacional. En la industria petrolera se manifestó a través de los crecientes esfuerzos para nacionalizarla, para convertirla en un monopolio del estado, para constituirla en una industria estatal básica cuya propiedad por el Estado fuese consagrada en la constitución.  En paralelo con esta tendencia absoluta hacia la estatificación prevaleció la idea que las empresas petroleras extranjeras representaban un peligro para el Estado por su tendencia a inmiscuirse en los asuntos internos del país y porque promovían intereses imperiales. Estas primeras tendencias se consolidaron gracias a la actividad de los primeros comunistas venezolanos como Gustavo Machado y Salvador de la Plaza.  La propiedad estatal de la industria y la lucha contra el “imperialismo” estadounidense y británico (no así el chino o el ruso) se convirtieron en parte de una estructura de pensamiento que consideraba estos conceptos como dogmas casi religiosos, enlazándolos hábilmente con las ideas de soberanía nacional y patriotismo. Como resultado el liderazgo político venezolano del siglo XX, casi todo derivado de la generación del 28, hizo un punto de honor nacionalizar el petróleo. Cada uno de ellos se esforzó en sonar más nacionalista que el vecino.

PERO, NO HUBO NACIONALIZACIÓN SINO ESTATIFICACIÓN PETROLERA

El clima de opinión preponderante en Venezuela imposibilitó que se llevara a cabo una verdadera nacionalización. Lo que tomó lugar fue una toma de control de la industria petrolera por parte del estado, con exclusión de una buena parte de la Nación. Se tornó imposible que los venezolanos pudiesen ser realmente accionistas en esa industria. Los venezolanos podían ser accionistas de Exxon, de Shell, de la Statoil Noruega o la Petrobras Brasileña pero no de Petróleos de Venezuela. El sector político venezolano nunca quiso nacionalizar sino poner la industria petrolera bajo el control del estado, lo que equivalía a colocarla bajo el control del gobierno de turno.

Paradójicamente el control del Estado sobre la industria petrolera estableció un camino legal expedito para su desnacionalización, ya que el sector privado de la economía, la sociedad venezolana, se vieron excluidos de la participación directa en la industria petrolera. Fueron estatificadas las pequeñas empresa privadas que existían en el momento y casi todas las actividades en el sector fueron reservadas al Estado.

Afortunadamente el gobierno de Carlos Andrés Pérez decidió llevar a cabo una estatificación atemperada con elementos racionales: uno, asignar la gerencia de la empresa a los gerentes profesionales que ya manejaban la industria petrolera concesionaria; dos, establecer un modelo de organización que no fuese el de una empresa única y, tres, colocar como primer presidente de la empresa PDVSA a un excepcional gerente público muy eficiente, creyente en la naturaleza comercial de la empresa y libre de los dogmas, mitos y deseos ultranacionalistas que dominaban la escena política venezolana. De allí que la empresa matriz no fuese, al final,  la CVP, que hubiera indemnizaciones a las ex – concesionarias y  que se firmasen contratos de tecnología y de comercialización con ellas por un período de transición. El vituperado Artículo 5 de la nueva Ley de Nacionalización, dispuesto por la presidencia de Pérez, daba a PDVSA la opción de asociarse, previa aprobación del congreso de la república, con empresas privadas, una decisión que fue adversada con vehemencia, por los partidos políticos  (excepto el de gobierno, AD) pero que luego de algún tiempo vino a ser aceptada y hasta promovida con entusiasmo por quienes vociferaban en su contra. Estas sanas disposiciones hicieron que los promotores de una nacionalización radical, ultranacionalista, llamaran “chucuto” el modelo finalmente adoptado. Como se pudo constatar posteriormente este modelo “chucuto” fue el que permitió una primera etapa de empresa eficiente y muy profesional, antes de que las semillas de la politización  comenzasen a germinar.

UNA ELECCIÓN AFORTUNADA PARA LA PRIMERA PRESIDENCIA DE PDVSA: RAFAEL ALFONZO RAVARD

En retrospectiva, puede verse con claridad que la selección del General  (E) Rafael Alfonzo Ravard para ser el primer presidente de PDVSA no pudo ser más acertada. Sus credenciales para esta posición eran impecables, dada su brillante actuación en la CVG, la cual lo había convertido en una figura legendaria en el sector público venezolano. Alfonzo Ravard poseía gravitas e inspiraba respeto al tumultuoso sector político venezolano, estaba socialmente muy bien relacionado, tenía una limpia hoja de servicios. Su designación fue recibida con unánime aprobación por el país. Tuvo el acierto de establecer prioridades correctas para la nueva empresa. Las prioridades internas fueron: (1), la Racionalización Organizacional, llevar las 15 empresas heredadas de las concesionarias a no más de cuatro; (2), planificar y activar una campaña exploratoria, a fin de incrementar las reservas probadas de Petróleo; (3), asegurar la continuidad y estabilidad de la producción, estableciendo contratos de tecnología y de asesoría operacional con algunas de las ex – concesionarias; (4), Comenzar a planificar el cambio de patrón de refinación, a fin de atender al cambio en los patrones de demanda en los países clientes; (5), Planificar el desarrollo la faja del Orinoco; (6) Establecer una fluida relación de planificación operacional y financiera con las empresas filiales. Las prioridades externas estaban relacionadas con lograr el respeto del mundo político a la empresa, mantenerla al margen de maniobras partidistas o de un forcejeo por su control. Para acometer las taras internas se apoyó mucho en Guillermo Rodríguez Eraso y en Alberto Quirós. Para llevar a cabo las tareas prioritarias externas hizo uso de sus contactos con los sectores políticos y empresariales, de los buenos oficios de Julio César Arreaza, el vicepresidente de la empresa y de directores de la empresa como Julio Sosa Rodríguez y Carlos Guillermo Rangel, dos de sus directores de PDVSA más influyentes en el mundo empresarial.

 TRES ETAPAS EN LA BREVE VIDA DE PDVSA, 1976-1999

PRIMERA ETAPA, 1976-1981: La luna de miel

Durante esta etapa  el inmenso prestigio personal, la aureola casi mágica de súper gerente  que acompañaba al general Rafael Alfonzo Ravard, mantuvo al mundo político esencialmente a raya y, justo es decirlo, ese mundo político actuó con discreción  en su relación con la nueva empresa. PDVSA logró llevar a cabo a cabo un complicado proceso de racionalización, llevando las 15 empresas operadores de gran, mediano y pequeño tamaño a cuatro empresas integradas de similar tamaño, aun cuando Lagoven fuese claramente la más importante. La exploración fue reiniciada, ya que las empresas concesionarias, enfrentadas al proceso de reversión a plazo fijo, habían dejado de invertir en el sector. En 1950 la industria petrolera empleaba 800 geólogos y geofísicos involucrados en la búsqueda de petróleo y en 1976 quedaban menos de 40. Las reservas probadas de petróleo estaban al nivel de unos 18000 millones de barriles, suficiente para poco más de 20 años a la tasa de producción de ese momento. La producción había aumentado hasta los límites máximos técnicamente permisibles, ya que las empresas concesionarias trataban de maximizar sus ingresos en el corto tiempo de vida que restaban a las concesiones. Las plantas de refinación estaban orientadas a la producción de los llamados combustibles residuales, para la calefacción, el cuál había sido por largos años el producto requerido por el principal cliente de la industria petrolera venezolana, los Estados Unidos.

PDVSA heredó una industria en declinación y por ello el sector político comprendió que lo sensato era dejar que PDVSA manejase la industria sin interferencias en esta primera etapa tan compleja y delicada. A su vez, la directiva de PDVSA, compuesta casi exclusivamente por petroleros retirados o por personas de gran prestigio, pero sin experiencia directa en la industria, hizo lo más sensato: delegó en las empresas filiales operadoras el manejo de la industria, concentrándose en su papel de supervisar la planificación financiera y técnica, aprobar los presupuestos y asegurarse de que los proyectos a llevarse a cabo fuesen de calidad y de la más alta prioridad. En esta etapa el papel del Ministerio de Energía fue de comprobación técnica, a posteriori, mientras que el papel de la directiva y plana mayor de PDVSA fue de seguimiento de la actividad y de aprobación a priori de los presupuestos-programas de las  empresas operadoras.

Rafael Alfonzo Ravard tuvo la gran visión de inculcarle a la organización, desde el inicio, cinco lineamientos fundamentales: meritocracia, auto-financiamiento, apoliticismo, normalidad operativa y gerencia profesional, quinteto de estrategias sería repetido incesantemente por el general Alfonzo Ravard en todos sus discursos y en todas las ocasiones posibles, convirtiéndose en mantra. La meritocracia fue, quizás, su bandera más importante.

Logros
Durante esta etapa la empresa experimentó un proceso de recuperación en casi todos los órdenes. Se cuadruplicaron las inversiones, al pasar de Bs. 2300 millones en 1976 a Bs. 7.600 millones en 1981, en bolívares constantes, lo cual requirió de un gran esfuerzo para convertir una organización acostumbrada a no invertir en una organización lista para invertir.  Los costos operativos tendieron a reducirse, en términos constantes, pasando de Bs. 6.600 millones en 1976 a Bs. 6.400 millones en 1978, para subir hasta Bs. 7100 millones en 1981, ya que incluyeron  los costos de los contratos tecnológicos y de comercialización suscritos con las empresas ex-concesionarias, así como los gastos de reparación de pozos. La actividad exploratoria por sismógrafo recibió atención desde el primer momento, contratándose 6.454 kilómetros de líneas sísmicas en 1976, cifra que subió a 33.849 kilómetros en 1980. En base a esta actividad, se perforaron 52 pozos exploratorios en 1976, cifra que llegó a 350 pozos en 1980. La producción de la empresa se mantuvo esencialmente constante desde 1976, cuando la producción promedio fue de 2.294.000 barriles diarios, subiendo 
ligeramente en 1978 hasta un promedio de 2.356.000 barriles diarios. Es Los pozos de desarrollo se triplicaron desde 1976 a 1981 y las reparaciones y reacondicionamientos de pozos se duplicaron durante este período. 

Las reservas probadas, aquellas cuya certeza de existir era muy alta, aumentaron, al pasar de 18.220 millones de barriles en 1976 a 20.154 
millones de barriles en 1981. La planificación de la modernización de las refinerías venezolanas comenzó en 1976. Durante la etapa de 1976-1981 estos estudios y los trabajos de modificación y modernización de las plantas consumieron mucho del período. La capacidad de refinación y los niveles de procesamiento se mantuvieron esencialmente estáticos, en 1.450.000 barriles por día y alrededor de 92% de utilización de las plantas. Sin embargo, se comenzó a experimentar una mejora en los rendimientos, de forma tal que la producción de combustibles residuales de alto contenido de azufre, los productos de  menor valor en los mercados, fue declinando, al pasar de 451.000 barriles por día a unos 327.000 barriles por día en 1981. El total de exportaciones bajó, durante esta etapa, de 2.156.000 barriles por día en 1976 a 1.800.000 barriles por día en 1981. Sin embargo, esta baja fue compensada por un mayor valor del paquete de exportación. Un aspecto negativo fue el incremento del consumo en el mercado doméstico, el cual pasó de 244.000 barriles diarios en 1976 a 369.000 barriles diarios en 1981, con precios altamente subsidiados. Un aspecto preocupante de la nueva empresa durante sus primeros seis años de vida fue el aumento en la nómina de trabajadores, la cual pasó de 23.670 en 1976 a 42.353 en 1981. Mucho del incremento era explicable, ya que los niveles de actividad exploratoria y de producción habían aumentado significativamente pero el incremento servía de base a la crítica de quienes pensaban que PDVSA se estaba burocratizando.

En 1979 se le hicieron modificaciones a los reglamentos de PDVSA, tales como el nombramiento de dos vicepresidentes, se le dio al gobierno para asignar áreas de competencia a los directores de la empresa y para analizar en detalle los presupuestos de la empresa matriz y de las empresas 
operadoras. La aprobación previa de los presupuestos-programa abrió una puerta a la politización de la empresa. El nuevo ministro de Energía y Minas, Humberto Calderón Berti decidió establecer un mayor control de PDVSA por parte del gobierno y encontró el apoyo de los principales partidos políticos. Ya para 1979 se había disipado mucho del temor reverencial que los políticos le tenían a la industria petrolera y habían llegado a pensar que ellos podían manejar esta industria tan bien como los técnicos, quienes “ni siquiera parecían ser muy patriotas”. Celestino Armas decía, desde el Congreso: “Les hemos dado [a los técnicos] demasiada libertad”, mientras que el líder comunista Radamés Larrazábal alegaba que “el estado debía tomar el control de la exploración de la faja del Orinoco y establecer contratos tecnológicos de estado a estado”. (El Nacional, Junio 8, 1979, pág. D-17). Hugo Pérez La Salvia, quien había sido ministro del sector durante la presidencia de Rafael Caldera, fue un poco más lejos, al declarar: “Siempre he dicho que heredamos la gerencia de las multinacionales y creo que esos gerentes tienen una mentalidad derivada de su trabajo con la concesionarias (Auténtico, #90, Marzo 5, 1979).
La luna de miel había terminado. 

Segunda etapa, 1981-1993: del razonable éxito técnico a los inicios de la contaminación política. 

Durante esta etapa Petróleos de Venezuela se consolidó como empresa 
petrolera de rango mundial. Las reservas probadas crecieron hasta llegar a los 65.000 millones de barriles en 1992, triplicando el nivel de reservas probadas que existían al inicio de las actividades de PDVSA en 1976. El rendimiento de gasolinas en las refinerías venezolanas casi se duplicó, pasando de 183.000 barriles por día en 1976 a unos 340.000 barriles por día en 1992 y el combustible residual de alto azufre se colocó a niveles bajos, apenas unos 240.000 barriles por día en 1992, la mitad de lo que era en 1976.  La nómina de empleados continuó aumentando, colocándose en 55.000 en 1992. Después de la salida del general Rafael Alfonzo Ravard de la presidencia de la empresa, el período presidencial fue acortado a dos años, por lo cual PDVSA llegó a tener cinco presidentes en la etapa 1983-1993. Esta fue una medida poco sensata, la cual contribuyó bastante a la intensificación de las maniobras politiqueras de algunos de los potenciales candidatos a la presidencia y, aún en mayor escala, entre los candidatos a la Junta Directiva, algunos de quienes carecían de las credenciales necesarias para llegar allí, comenzando a pesar la amistad con el ministro o su identificación con el partido de gobierno.

La calidad de los Coordinadores en esta etapa fue extraordinaria. Quien vea el Informe Anual para 1991, por ejemplo, y se encuentre con coordinadores de la talla de Alonso Velasco, Humberto Vidal, Juan Carlos Gómez, Nelson Olmedillo y Vicente Llatas y, a nivel de las empresas operadoras, con gerentes verdaderamente estelares como Jorge Zemella, Julio Trinkunas, Joaquín Tredinick, Mario Rodríguez, Ángel Olmeta, Arnold Volkenborn, Alfredo Gruber, Hugo Finol y Gustavo Inciarte podrá ver que, con un equipo humano de esta calidad, la estabilidad operacional  de PDVSA estaba prácticamente garantizada.  Sin embargo, el proceso destructivo del comején político había comenzado y, como suele suceder, los menos competentes vieron en la manipulación y el acercamiento a los poderosos una vía abierta para el progreso. La identificación con el partido de gobierno se convirtió en una herramienta útil para progresar dentro de la empresa. 

La directiva nombrada en 1981 reveló el inicio de esta tendencia, ya que varios de sus miembros le fueron impuestos al General Alfonzo Ravard en base a su afinidad con el gobierno.  En esta etapa la industria petrolera mundial entró en crisis mundial cuando los precios del petróleo colapsaron. Venezuela entró en dificultades financieras y en Agosto de 1982 las reservas internacionales de Venezuela habían perdido unos tres mil millones de dólares existiendo una fuerte fuga de capitales. En Septiembre de 1982 el gobierno de Luis Herrera echó mano del fondo de inversión de PDVSA, a pesar de la protesta general de la oposición y de buena parte del país. Leopoldo Díaz Bruzual, presidente del Banco Central, se permitió decir que “la industria petrolera era poco productiva” (RESUMEN, #436, Marzo 14, 1982) a fin de justificar la acción del gobierno. La nueva Junta Directiva de PDVSA, nombrada en 1983, confirmaría la tendencia a la politización, al designarse a Humberto Calderón Berti cómo presidente de PDVSA. Aunque Calderón Berti era un técnico de altas calificaciones la gerencia de la industria y buena parte de la opinión pública esperaba que el nuevo presidente saliese de las filas de la industria, en las cuáles los candidatos de mayor jerarquía eran Guillermo Rodríguez Eraso, presidente de Lagoven y Alberto Quirós Corradi, presidente de Maraven. El nombramiento de Calderón Berti contó con el apoyo del mundo político, el cual desconfiaba de la gerencia profesional de la industria.

La batalla de opinión que acompañó el nombramiento de Calderón 
Berti tuvo aristas de virulencia anti-petrolera, ilustradas por los escritos de Rafael Poleo, el editor de Zeta. En el editorial escrito #486 de Zeta, del 28 de Agosto de 1983, Poleo escribió: “El hecho de que no hayamos ajusticiado en su oportunidad a los enemigos de la OPEP pagados por la Exxon y la Royal Dutch Shell y a quienes desprestigiaron la nacionalización, no quiere decir que ahora debamos descuidarnos con ese mismo estrato”, un lenguaje violento demostrativo de un profundo resentimiento contra la gerencia petrolera. Los políticos extremistas aprovecharon las declaraciones de Gonzalo Barrios sobre los “gastos dispendiosos” en la industria petrolera nacionalizada para pedir controles más severos sobre la gerencia petrolera, lo cual llevó a establecer el control previo para PDVSA, una decisión que casi inevitablemente conduciría a la politización progresiva de la empresa.

El geólogo Humberto Calderón Berti fue remplazado por el también geólogo Brígido Natera, un tecnócrata casi químicamente puro, poco dado a las apariciones públicas, durante cuya presidencia se adquirió la empresa Citgo y se contrató la operación de la refinería Isla en Curazao. En cierta forma la internacionalización comenzó con Natera, aunque no se fortalecería sino varios años después. Natera gustaba de repetir que la industria petrolera era “diferente”: tenía disciplina en el trabajo, respeto por los procedimientos y la puntualidad. En el Congreso Nacional Natera tuvo momentos de enfrentamiento con el mundo político. Terminó renunciando porque no pudo coexistir pacíficamente con un entorno cada vez más politizado. 

Brígido Natera fue remplazado por el geólogo Juan Chacín, quien fortaleció la estrategia de internacionalización. La capacidad de refinación se duplicó, gracias a la incorporación de refinerías en el exterior y las exportaciones se estabilizaron al nivel de los 1.500.000 barriles por día de crudos y productos. Durante la presidencia de Juan Chacín se estableció una buena relación entre PDVSA y el ministro del sector, Arturo Hernández Grisanti, la cual se rompió  al llegar a la presidencia de PDVSA Andrés Sosa Pietri y al ministerio del sector Celestino Armas. El nuevo presidente de la república, Carlos Andrés Pérez consideró que el presidente de PDVSA no debía ser un petrolero salido de las filas de la industria, argumentando que “PDVSA no era el ejército. Por lo tanto le ofreció la presidencia de la empresa a Pedro Tinoco, a Julio Sosa Rodríguez, a Enrique Machado Zuloaga, a Jorge Pérez Amado y a Andrés Sosa Pietri, quien le aceptó el cargo.

 Sosa Pietri se manifestó partidario de la internacionalización, de expandir PDVSA, de abandonar a la OPEP si esta organización no le permitía a PDVSA crecer a los niveles deseados, aunque el Presidente Pérez y el ministro Armas no se mostraron partidarios de la internacionalización sino de la llamada internalización, la cual consistía en aprovechar la actividad petrolera para generar valor agregado internamente.

El ministro Armas y su viceministro Napoleón Lista comenzaron a hablar de tomar el control gerencial de la industria y el Presidente Pérez adoptó una postura contraria a la internacionalización, a la expansión de la industria y a lo que él llamaba el “estado dentro del estado”.  Sosa Pietri, por su parte, promovió un plan de expansión de la empresa que la llevaría a tener una capacidad de producción de 3.500.000 barriles de petróleo al día, a la industria petroquímica a producir 10 millones de toneladas métricas al año y a producir 200.000 barriles diarios de Orimulsión en 1995. La visión de Sosa Pietri era la de convertir a PDVSA en una corporación energética global mientras que el gobierno deseaba una PDVSA viendo hacia adentro y muy alineada con la OPEP. Esta pugna se agudizó cuando el gobierno incrementó el Precio Fiscal de Exportación, una reliquia de la época concesionaria utilizada por el gobierno para ordeñar a PDVSA, lo cual llevó a PDVSA a endeudarse para el financiamiento de sus proyectos. Sosa deseaba incrementar el papel del sector privado en la industria petrolera pero el gobierno se oponía. En el plano organizacional interno se incrementó la tirantez entre coordinadores y directores. El ministerio deseaba nombrar directamente a las Juntas Directivas de las empresas filiales y el ministro Armas envió oficio a Sosa Pietri en ese sentido. Según alegó Sosa Pietri algunos de sus directores comenzaron a erosionar su posición y a alinearse con el ministro.

Sosa Pietri fue reemplazado por Gustavo Roosen, gerente de primera línea de maneras más suaves, quien se concentró en consolidar la empresa en los mercados internacionales, llegando a vender, en 1991, los volúmenes más altos de su relativamente corta historia, aprovechando la crisis política en el Oriente Medio. Sin embargo, la empresa entró en dificultades financieras debido a la necesidad de hacer inversiones cuantiosas para mejorar su capacidad de producción y a la existencia de una fuerte carga impositiva que llegó en ese año a representar el 82% de sus ganancias netas. El valor fiscal de exportación, que había sido aumentado al 20% (valor de exportación se calculaba a un 20% superior del valor real de venta, para efectos de pago del impuesto sobre la renta) durante el período presidencial de Sosa Pietri fue reducido a 18% y sería eventualmente eliminado en 1996. Roosen pensó que las inversiones requeridas por la industria petrolera necesitarían la participación del sector privado nacional e internacional. En ese sentido, Gustavo Roosen comenzó a promover el proceso que luego se llamaría “la apertura”. 

La tercera etapa, 1993-1999: Lo Positivo, la apertura petrolera. Lo Negativo, reaparece la empresa única. 

La llegada de Rafael Caldera a la presidencia, en 1993, llevó al Ministerio de Energía y Petróleo al ingeniero Erwin Arrieta. En una sorprendente decisión el ministro Arrieta terminó de un plumazo con el sistema de ascensos basado en la meritocracia, uno de los pilares sobre el cual había descansado, con algunos tropiezos, la industria petrolera estatificada, al recomendar al Presidente Caldera el nombramiento de Luis Giusti para la presidencia de PDVSA. Giusti era en ese momento vicepresidente de Maraven, una de las empresas filiales.

El nombramiento de Giusti significó pasar por encima de los presidentes de esas filiales, Julio Trinkunas, Roberto Mandini, Arnold Volkenborn y Eduardo López Quevedo, todos quienes estaban muy calificados para optar a la presidencia. Esta recomendación, aceptada por Caldera, le dio un palo cochinero a las normas de PDVSA. No era, por supuesto, que Giusti careciese de méritos. Giusti era un gerente brillante, intelectualmente agudo, con una visión amplia del negocio, pero ello también era cierto de Volkenborn, Trinkunas, Mandini y López Quevedo. Lo que parecería a 
muchos cómo un asunto meramente formal y sin importancia, fue para la gerencia de PDVSA el aviso del final de la meritocracia, ya que en una corporación meritocrática y organizada no debe haber sorpresas en los ascensos. En el grupo Shell se decía que, cuando el presidente se retiraba, empleaban a un nuevo mensajero (office boy).

El impacto de esta decisión en el seno de PDVSA fue muy negativo y la desmotivación y el resentimiento llegaron a niveles nunca antes existentes en la organización. A pesar de que se continuó hablando de meritocracia, este concepto perdió mucho de su contenido y pasó a formar parte de la retórica vacía que los venezolanos acostumbran asociar con el mundo político. 

El planteamiento estratégico esencial de PDVSA durante la presidencia de Giusti fue la apertura al capital privado. La expansión de la industria petrolera era necesaria pero no debía significar, solamente, el crecimiento de PDVSA, sino el incremento en el aporte del sector privado internacional y nacional a esa expansión. No hay dudas que, después de la presidencia del General Alfonzo Ravard, ninguna otra presidencia tuvo mayor impacto en PDVSA que la de Luis Giusti, quien tomó decisiones estratégicas muy importantes, algunas muy positivas, otras no.

Entre las decisiones positivas estuvo la Apertura, la decisión de abrir las actividades de exploración y producción de PDVSA al capital privado nacional y extranjero a fin de potenciar la capacidad de crecimiento de la industria petrolera mediante el aporte de recursos financieros, técnicos y gerenciales privados. La apertura estuvo dirigida a la intensificación de la exploración para aumentar las reservas probadas, al aumento de la actividad de producción y al desarrollo de la Faja del Orinoco. Uno de sus aspectos fue la firma de 33  contratos de operación con empresas privada a partir de 1993, los cuáles añadieron unos 400.000 barriles diarios de producción, así como convenios de riesgo, en los cuáles las empresas contratistas aportaban los recursos financieros necesarios para explorar. Se licitaron ocho bloques bajo esta modalidad, con la participación de 16 empresas privadas, lo cual produjo nuevas reservas probadas de unos 500 millones de barriles, con una inversión de $700 millones enteramente aportada por las empresas privadas, utilizándose un 80% de servicios y equipos nacionales. 

En la Faja del Orinoco se establecieron varios proyectos paralelos con la participación de siete empresas petroleras poseedoras de 
tecnología avanzada, lo cual permitió aportes importantes de nueva producción de crudos mejorados. La apertura petrolera acercó más el proceso de la industria petrolera venezolana a una verdadera nacionalización, pues se permitió a las empresas venezolanas entrar más de lleno en el negocio petrolero.

La extrema izquierda criticó la Apertura y la internacionalización. Para analistas como Gastón Parra y Francisco Mieres, PDVSA no debía usar ni un centavo de capital que no fuese el propio. Gastón Parra, por ejemplo, opinaba (Aporrea, Abril 1999) que el plan de expansión de Luis Giusti ha debido reducirse, a fin de permitirle a PDVSA llevarlo a cabo sin necesidad de inversión privada. Añadía Parra que planificar la expansión de PDVSA basada en el aumento de la demanda mundial de petróleo “era muy arriesgado”, ya que este crecimiento sería muy moderado. La realidad fue otra: la demanda mundial de petróleo que existía en 1999 creció significativamente pero encontró una PDVSA enanizada por el chavismo.  

La decisión de terminar con el modelo de múltiples empresas operadoras para transformar a PDVSA en una empresa única fue, hemos dicho, lógica en atención a la realidad de la empresa hacia el final de la década de 1990, pero ello aceleró el proceso de deterioro de PDVSA y fue el preámbulo de la inmensa tragedia que comenzaría con la llegada de Hugo Chávez al poder.

Publicado por Gustavo Coronel en 6:03