In Memoriam

 Carmen Delgado

Laura Fernández, excelsa periodista wayú escribió lo siguiente en honor a la memoria de su colega y amiga, su hermana del alma, Carmencita Delgado, una comunicadora social “fuera de serie”, con una larga y fructífera trayectoria en Lagoven y la Pdvsa Azul. Que grande eres Laura…


Con retraso me entero de la muerte de una de mis grandes amigas y maestra. Falleció Carmen Delgado, Carmencita, y quedé desconcertada, sin saber qué hacer excepto refugiarme en casa de mi madre en silencio. 

Carmencita fue la mejor  relacionista pública que jamás haya conocido. La gerente ideal para encauzar proyectos de desarrollo social con notable impacto económico en pueblos y caseríos adyacentes a las operaciones de la industria petrolera azul. Era un volcán inagotable de energía puesta al servicio del bienestar colectivo olvidándose de ella y sus necesidades muchas veces. Dirigió los departamentos de Asuntos Públicos de Lagoven en Oriente y Occidente. El paro petrolero de 2002 la encontró al frente de la gerencia de comunicaciones de PDVSA y de inmediato pasó a formar parte de la lista de petroleros despedidos y perseguidos por el chavismo.

Su trayectoria es intachable. Una mujer entregada a la búsqueda de la excelencia, algo tan difícil de entender hoy. 

Pero Carmencita era para mi más que eso. Era mi amiga. Mi hermana. Era la admiración y el respeto. En los últimos años era un desayuno de agosto en un buen café de Maracaibo y una tarde de diciembre, las dos únicas veces que venía de visita al año. 

Con Carmencita no paraba de reír y maravillarme cuando tras  terminar yo un trabajo en Maturín me invitaba a recorrer Caripito para saborear las cachapas familiares que hacían sus pobladores, o sus sembradíos de cúrcuma y pimienta que desde la industria promovió. O cuando me llevaba a conocer a los pintores y artesanos de Caripe, todos amigos de ella, con quienes disfrutábamos un dulce mientras nos mostraban sus nuevos proyectos.

Su casa en Caracas se transformó en la embajada de los maracuchos cuando teníamos que ir a la capital. Entonces yo iba a las imprentas a revisar las pruebas de impresión de revistas, publicaciones especiales  o libros que editaba. Me recibía en su hermoso apartamento lleno de obras de arte de los pintores zulianos, ahí estaban Paco Hung, un Bellorín, un Queipo, un Natividad Figueroa, un Piña, un Carmelo Niño, una escultura de Lía Bermúdez. Y en la nevera nos agasajaba con helados, tortas de chocolates, frutas frescas. 

Tenía una mesita de sala repleta con los libros que desde PDVSA impulsó a publicar: los Cuentos de Uslar Pietri, la biografía de Prieto Figueroa, un hermoso libro sobre los waraos, otro sobre los pintores marabinos, tantos y tantos maravillosos Cuadernos Lagoven. Era andariega. Siempre tenia una idea rondando en su cabeza. 

De tarde, cuando un sábado me sorprendía en Caracas y ella estaba de descanso, podía ver desde su ventanal la exuberancia del Ávila mostrando en la montaña azul y verde lo que a distancia parecía una vieja y espléndida finca de café. Siempre prometimos hacer ese viaje. No lo hicimos. A cambio me introducía por los verdes y sinuosos caminos de Los Naranjos entre montañas escoltadas por árboles centenarios bajo el cielo que ahí parecía más azul, más puro. Se detenía en un vivero de portugueses, compraba sus flores de la semana, el pan artesanal que hacían y también  miel de abeja pura. Y desde allí me conducía al festín de los sabores: al Hatillo. Siempre había un nuevo restaurante que probar. Siempre hizo elecciones exquisitas. 

Este diciembre pasado no nos vimos. Y en agosto quedamos en llamadas. Tan vital, trabajaba desde 2003 en la Universidad Monteávila, pero la barbarie chavista y destructora la desgastaba. 

Carmencita siempre será un ejemplo a seguir. Una maestra inolvidable que nos guió a decenas de periodistas. Mi amiga y hermana de vida. Una risa espléndida incluso en reuniones de tensión cortante.

Dios te acompañe con amor, querida Carmencita. Descansa en paz.