En mi blog de  Noviembre 7, 2022

ELOGIO DE LA MUJER


Mientras más envejezco y me aproximo a Ítaca más admiración y más amor siento por la mujer. Es probable que esto sea un proceso normal en el hombre, ciertamente lo ha sido en mi caso. Como todos los miembros de mi generación, nacidos en la  bucólica Venezuela de Juan Vicente Gómez, mis primeros sentimientos en relación a la mujer eran lo que hoy se denominaría machista. Agrego, en mi descargo parcial, que mi machismo nunca fue desmedido. Fue muy moderado, pero suficiente  para ver la mujer primordialmente como un objeto de arte en lo físico y como una natural ama de casa en lo intelectual. Y esto, a pesar que en mi hogar mi madre era de una personalidad bastante más fuerte que la de mi padre. Mi madre era una lideresa feminista, de las que encabezaban manifestaciones para pedir que la mujer obtuviese derechos que en esa época eran monopolio de los hombres y la que iniciaba campañas sociales de todo tipo en Los Teques. Mi padre era muy tranquilo, aunque una vez – yo estaba allí –  le rompió una silla en la cabeza a otro hombre que lo acusó de pavoso en un juego de cartas. En las disputas del hogar mi papá siempre concedía la victoria a mi madre y utilizaba una estrategia infalible, se iba de la casa por un par de horas.

Mi única hermana, solo fuimos dos hijos, era un año mayor que yo, quien la celaba ferozmente y odiaba a todos los muchachos que mostraban interés por ella, otro signo de machismo, hasta que ella aprovechó mi ausencia en la universidad para enamorarse y casarse con un médico anatomopatólogo con quien fue bastante feliz hasta la muerte.

En la universidad tuve tres novias, una cuya madre baptista me prohibió entrar a la casa, porque yo era – según ella –   un latino, miembro de una “raza inferior”, lo cual  causó mi rompimiento.  La segunda fue una joven de origen griego, quien cantaba ópera, cuyo padre me daba perros calientes gratis. Aunque este noviazgo tampoco cristalizó, hace pocos años estuve de regreso en Tulsa y fui a verla y la familia, quien todavía tiene el establecimiento, me dio perros calientes gratis.  La otra fue una joven de Oklahoma quien llegó a ser una actriz bastante buena, conocida como Blanche Devereaux en “The Golden Girls”, con quien mantuve una buena amistad hasta su fallecimiento hace algunos años. Rue McClanahan, así se llamaba, se casó cinco veces en la vida real era muy parecida a su papel en la comedia de TV.

 A mi regreso a Venezuela permanecí soltero por unos cinco años, en una Maracaibo donde los caraqueños eran muy perseguidos. Allí me encontré con Marianela, con quien estuve casado 62 años, un matrimonio solamente interrumpido por su muerte. Esta relación fue fundamental en mi apreciación de la mujer. Al ver hacia atrás en esta relación está claro para mí que los papeles de ambos no permanecieron estáticos en el tiempo sino que fueron cambiando con mayor o menor celeridad. Durante una buena parte de nuestra vida Marianela fue conocida universalmente como mi esposa. Con el correr de los años me fui convirtiendo, en la sociedad que frecuentábamos, como el esposo de Marianela, gracias a su encanto personal. De la joven ama de casa que dedicaba todo su  tiempo a hacerme la vida cómoda y tranquila, a alimentarme bien, a asegurarme que los niños no “molestaban” a su padre quien llegaba cansado del trabajo, ese papel que el hombre en su inmadurez le asigna a la mujer, la situación fue cambiando para hacer posible que en algunos momentos yo fuese el líder del hogar pero en otros momentos la fuese ella.

Mi machismo original le asignó a mi esposa un papel subordinado pero ello fue cambiando, a medida que veía con admiración su gran inteligencia emocional, una cualidad nueva para quien originalmente solo comprendía el concepto de inteligencia a lo macho. Por algún tiempo compartí aquel estereotipo según el cual los hombre se dedican a resolver los grandes problemas del planeta, como la guerra Rusia-Ucrania, la devaluación del bolívar o los problemas del futbol,  mientras que las mujeres resuelven las “pequeñas” cosas, cuidar niños, manejar el hogar, mantener el equilibrio entre ser madre, esposa, hija y, si le queda tiempo, cultivar sus preferencias legítimas, como aprender idiomas, bailar ballet, cantar, escribir poemas, graduarse de ingeniero astrofísico o de abogado.

Los papeles fueron cambiando y mi apreciación por la mujer fue creciendo gracias al ejemplo de Marianela, haciéndose evidente para mí que ellas han tenido que esforzarse más que el hombre para obtener el mismo nivel de reconocimiento, aunque todavía esta es una batalla que no termina. Así lo he visto con mis hijas, quienes son ferozmente  independientes y quienes me dicen que deben hacer el doble del trabajo para obtener paridad de apreciación.

Hoy estoy solo y soy “amo de casa”. Puedo admirar en toda su dimensión el esfuerzo que una mujer debe hacer para lograr su sitio bajo el sol y cumplir con los deberes tradicionales en el hogar. Hoy lavo, eso sí, no plancho, cocino las cosas más rudimentarias, limpio por aquí y por allá y me asombra constatar que esta es una tarea que nunca termina, una tarea poco fructífera en valor añadido, pero que no puede dejar de hacerse. Es una noria que se le impone a la mujer, una carga que pocos hombres aprecian, la cual las obliga frecuentemente a olvidar sus propios planes de auto-realización.

Yo he llegado a apreciarlas plenamente. Por eso cada día las amo más. Nunca he podido dejar de verlas como obras de arte en lo físico pero he llegado a conocer las generosas dimensiones de sus almas y la heroicidad con la cual enfrentan sus vidas.

Publicado por Gustavo Coronel

……………..

http://598.a26.mywebsitetransfer.com/author/gustavo-coronel/