Jorge ZajiaEl nuevo Presidente de EEUU nos tiene confundidos a todos. Es de una personalidad radical, libre y de un carácter tal, que aún no se define entre lo que podría ser un animador de TV de un “reality show” o un gran estadista, capaz de darle un vuelco drástico a la nación más poderosa del orbe y salir triunfador en un mundo donde todo cambió y nada va a ser igual que antes.

Trump ha hablado de todo y se ha contradicho con una facilidad pasmosa. En lo que a energía se refiere –que es nuestro tema- propone una política basada en el desarrollo de los recursos propios y en la protección al medio ambiente, dejando a un lado las fuentes de energía renovables y cuestionando fuertemente a quienes amenazan el futuro de los hidrocarburos con el “coco” del calentamiento global. Él no cree en el cambio climático y ha asegurado que es un engaño interesado.

En este último punto, compartimos su posición, pues las emisiones de carbono –producto de la quema de petróleo y carbón, principalmente- es un asunto que la humanidad va a resolver más pronto que tarde, con el desarrollo de tecnologías que minimicen y controlen su efecto sobre la capa de ozono y, mucho más importante, necesario y perentorio, con un programa de reforestación mundial, capaz de devolverle al planeta los bosques que han sido depredados por la acción del hombre. Esta iniciativa es fácil y barata de realizar y contaría con el apoyo entusiasta de la totalidad de la población del planeta.

Seguramente en el ánimo y el pensamiento del gobernante norteamericano, para frenar el desarrollo de las fuentes de energía renovables, priva el conocimiento cierto que los combustibles fósiles hicieron posible que el crecimiento de la humanidad fuese sostenible y que mientras usted lee esta nota editorial el 86% de la energía consumida por la humanidad proviene de los hidrocarburos: petróleo 32%, carbón 30% y gas 24%. El restante 14% la suplen la hidroelectricidad 7%, nuclear 5% y geotérmica, solar, viento y madera 2%.

Todavía más, “los hidrocarburos protegen el aire donde viven humanos, animales y plantas”. A Donald le han informado muy bien sus asesores, con datos en la mano, que para producir la energía que consumen los 300 millones de personas que viven en Estados Unidos se requeriría cubrir un área del tamaño de España con paneles solares; o sembrar de bosques un área del tamaño de Pakistán y la India; o contar con un área de agua un tercio mayor que todos los continentes juntos para generar hidroelectricidad.

En la Web de la Casa Blanca ya se publicó la guía oficial de la política energética de la era post-Obama (así la llaman “era”). “El Plan Energético: Estados Unidos Primero”, donde, aunque no se detalla ninguna medida a implementarse, se definen las directrices que señalarán el camino de los asuntos energéticos de USA en los próximos años.

Una de las propuestas del plan es la de rebajar los costos de la energía y aprovechar al máximo las fuentes domésticas, en base al reconocimiento de las enormes reservas contenidas en el subsuelo de la nación, y propone realizar una revolución del crudo, el gas natural y el “shale oil”, hecho en USA, “…lo cual traerá empleo y prosperidad a millones de ciudadanos”. Además Trump se propone “revivir la industria del carbón”.

La guía hace énfasis en que cualquier política energética que se implemente tiene que darle prioridad a la protección de la naturaleza, para que su principal misión sea preservar el aire y el agua limpios.

En cuanto a la OPEP el documento establece que “…por motivos de seguridad nacional habrá de lograrse la independencia del cartel y de cualquier país hostil”, pero establece explícitamente colaborar con los países del Golfo Pérsico para desarrollar una relación positiva en el ámbito energético, vinculada con la estrategia antiterrorista.