En mi blog de Oct. 27, 2021

CARTA A UN JOVEN AMIGO QUE PIENSA EN EMIGRAR

Por: Gustavo Coronel


 

Querido amigo:

Me has pedido que te envíe mi opinión sobre tus intenciones de emigrar. Creo que ya puedo hablarte con conocimiento de causa, ya que hace años tomé  la determinación sobre la cual deliberas hoy.

Este mes se cumplen 18 años de mi salida de Venezuela.  En mi caso se trata de una salida sin retorno, dada la situación que prevalece en el país, mi avanzada edad y el haber perdido a mi esposa hace un año, a cuyo lado deseo descansar.

Deseo comenzar esta carta con una  afirmación positiva: La ausencia física no es realmente trágica si uno se lleva a su país en el corazón. La memoria no es idéntica a la nostalgia. La memoria nos permite vivir en la patria a voluntad. La ausencia nos permite idealizar el país que dejamos, haciendo posible borrar parcialmente de nuestra mente las horribles verrugas morales y las llagas físicas del país en el cual debe vivir el venezolano de hoy. Nuestros compatriotas viven hoy en una Venezuela que yo no reconozco, pues la que siempre existirá es la que vive en mí.

Hace 18 años dejé mi hogar en una zona rural de Venezuela, donde vivía rodeado de árboles frutales y majestuosos araguaneyes. Mis últimos recuerdos antes de partir son los de la vaca de mi vecino comiéndose mis matas de cayenas. Lo único que lamento es haberme ido sin aplicar la justa retribución de comerme la vaca.

Nuestra casa en la zona de Barrera, estado Carabobo, había sido construida con ayuda de la gente del lugar, pequeño pueblo donde no había cine, no había biblioteca pública, no había teléfonos pero, eso sí, tenía unas siete bodegas donde abundaban la cerveza y el aguardiente. La gente del lugar era buena pero lo esperaba todo del gobierno.

Hoy estoy trasplantado al estado de Virginia, un extenso estado de USA con un acentuado sabor rural. Vivir aquí me ha despojado de la carga espiritual que tenía en Carabobo, obligado a vivir en una sociedad abrumada por la humillación. Disfruto hoy en Virginia de lo que Aquiles Nazoa llamaba “Las cosas más sencillas”, la posibilidad de ir descubriendo el encanto de lo cotidiano.

Si tuviese que resumir esta vida que hemos llevado en Virginia en una sola palabra diría que es “predecible”. Ello ha constituido la clave de mi bienestar. En Venezuela la palabra clave que regía nuestra vida era “el azar”, ese no saber qué iba a sucedernos, si regresaríamos a casa vivos, aun cuando nuestra salida fuese solo al mercado, al consultorio médico o al cine. Ya en 2003, cuando salimos de Venezuela, se acentuaba la escasez en las  bodegas del área, entre Carabobo y Cojedes, las cuales apenas exhibían lánguidas lechugas y plátanos negruzcos de aspecto desesperanzado. En cada esquina era inevitable ver un afiche del gran defensor de los pobres, el paracaidista que nos traería la felicidad instantánea. Hoy en día, por supuesto, ya sabemos lo que nos trajo.

El primer bono de mi vida fuera de Venezuela estuvo representado por la cálida acogida que tuvimos. Aun cuando los Estados Unidos ya no era el mismo país de gente ingenua y abierta que conocí en mis años de estudiante universitario, continuaba y continúa siendo un país repleto de gente cordial y generosa. Nos sentimos aceptados por nuevos amigos, vecinos y colegas. Al llegar, tuve la suerte de conseguir, a mis 70 años,  trabajo remunerado,  gracias a un generoso amigo venezolano. Luego, otros amigos hicieron posible que pudiera hacer traducciones, artículos pagados, una que otra consultoría, lo que llamamos en Venezuela, matar tigritos. Y mucho de ese trabajo lo podía hacer sin quitarme la piyama.

Cuando presenté, en 2004, mi primera declaración de impuestos en USA experimenté la maravillosa sensación de recibir un re-embolso del gobierno. En esos años comencé a ser invitado a dar charlas sobre Venezuela y sobre la región latinoamericana en diversas ciudades por toda la geografía estadounidense. En algunas ocasiones, hasta me pagaban honorarios, aunque confieso que hubiera pagado por hacerlo.

Paisajes

Mi segundo bono fue el paisaje.  Nuestra Venezuela es un hermoso país, con el Caroní encontrándose con el Orinoco, con el vuelo súbito de miles de loros multicolores para quien pasa en helicóptero cerca de un tepui,  las extraordinarias  puestas de sol en Juan Griego o la hermosa visión de las poblaciones andinas. Sin embargo, el paisaje venezolano rural y urbano ha sido brutalmente intervenido por el hombre. Nuestros jardines están frecuentemente invadidos por la maleza, la basura se acumula en las calles, las paredes están pintoreteadas y llenas de propaganda política.

Cuando llegué aquí me asomaba por la ventana y veía las calles cuidadas, los árboles y flores bien tratados, advertía un gran  respeto por la naturaleza y por la comunidad. Ello ha intensificado mi amor por el paisaje y ha promovido mis deseos de participar activamente en tareas de mejoramiento del sitio donde vivo. Quien vive rodeado de limpieza contribuye a la limpieza. La presión del ambiente modela nuestra propia actitud, para bien o para mal.

¿Por qué emigramos?

Hoy en día, la gente emigra por las razones más diversas, millones de seres humanos están en movimiento en todo el planeta, en masivas oleadas que asemejan las grandes migraciones de los Caribú en Alaska o de los antílopes en el Serengueti, al norte de Tanzania. Lo que domina esos movimientos es la necesidad primaria de los seres vivos de sobrevivir en buena forma. Emigrar no significa falta de amor, o de patriotismo, o carencia de sentimientos. Al contrario, no hay nada como la ausencia para incrementar el amor por el terruño. Nuestra Venezuela, país en el cual nunca había existido emigración, ya no es una excepción a ese gigantesco movimiento humano que se desplaza  desde áreas inhóspitas a áreas que ofrecen mejor calidad de vida.

Es lógico emigrar. En nuestro país existe un régimen político que es la vergüenza del universo y que ninguna persona digna debería aguantar sumisamente, un régimen que viola los valores de millones de venezolanos que anhelan vivir en libertad. Por ello, cada venezolano que puede emigrar considera seriamente la posibilidad de hacerlo.

Cada quien emigra por razones diferentes pero todos tenemos el denominador común de realizarnos plenamente como seres humanos. Mi sueño individual siempre ha sido ser un Buen Ciudadano. Por bastantes años pude lograrlo en Venezuela, durante la etapa democrática, pero ello se convirtió progresivamente en una misión imposible. Pagar impuestos y mis facturas de los servicios públicos, obedecer las leyes y regulaciones de tránsito, cooperar con los vecinos para mejorar la comunidad, vivir civilizadamente y en paz, todo ello se me fue haciendo cada vez más difícil.

Un día de 2002 fui a pagar mi factura de luz en Tocuyito y fue imposible por el caos administrativo que imperaba en esas oficinas. Perdí la paciencia y amenacé con prenderle fuego a la oficina, para lo cual me hubieran sobrado entusiastas colaboradores. De inmediato la Gerente de Eleoccidente me dijo, aterrada: “Págueme lo que usted quiera, pero no me queme la oficina”.

Ese día supe que tenía que irme del país porque me estaba convirtiendo en un salvaje, como única manera de sobrevivir en aquella jungla de corrupción e ineptitud. Mi sueño de buena ciudadanía no podía realizarse allá.

Tengo 18 años sin ver una cucaracha

 Mi liberación de las cucarachas no es, por supuesto, la razón fundamental de mi felicidad, pero ayuda. Salgo a caminar por la mañana sin tener que usar un bastón para defenderme de los perros del vecino y sin temor a enfrentarme con posibles asaltantes. Los pájaros que encuentro en el camino no vuelan despavoridos, ya que están acostumbrados a que nadie les haga daño. Regreso a casa a bañarme y… el agua fluye de la ducha. He olvidado lo que es un apagón.  Las  transacciones ordinarias que debe hacer un ciudadano están signadas por la confianza. En Venezuela tuve una cuenta en el mismo banco  por más de 30 años y cada vez que debía hacer una transacción que no fuera rutinaria tenía que probar, una y otra vez, que no era un malhechor.

En Virginia, a pesar de ser una zona relativamente  costosa debido a su cercanía a Washington DC, la ciudad capital del país, es posible vivir modestamente y disfrutar, al mismo tiempo, de un razonable nivel de calidad de vida. Tener dinero es importante pero la sociedad – en tiempos normales –  ofrece disfrute a bajo costo: conciertos, paseos en bellos parques, eventos culturales, centros de reflexión (Think Tanks), el libre tránsito por bellas carreteras en la inmensidad del país, con hoteles y restaurantes de precios módicos. Cada pequeña ciudad o pueblo tiene sus festividades y su personalidad propia y el turismo interno es rico en ofertas.

En USA un plomero, un agricultor o un ingeniero tienen similar acceso a las cosas básicas de la vida: un auto, una educación para los hijos, un hogar, viajar. Por supuesto, el auto frecuentemente no es el mismo pero todos nos transportan de A hasta B sin problemas.  Ser propietario de una vivienda es relativamente fácil si se tiene un trabajo fijo, gracias al acceso al crédito bancario y a las bajas tasas de interés. La inflación es baja. Cuando llegué hace 18 años el kilo de papas costaba más o menos lo que cuesta hoy en día y siempre hay papas chiquitas, grandes, amarillas, blancas, rojas, una variedad que causaría vértigo a un recién llegado de Tocuyito.

Hay que estar preparado para trabajar duro, sin quejarse

 En USA hay que trabajar duro, de manera un tanto estoica y comenzar a ahorrar para el futuro. He encontrado a latinoamericanos  con años de permanencia en el país quienes  me hablan de lo “mal que se vive aquí” y de su gran deseo de “regresar a sus países”. Sin embargo, no lo hacen, por lo cual pienso que es parte de una actitud un tanto teatral, o  de inconformidad crónica ante la vida, no importa donde se encuentren. Lo cierto es que aun en medio de la crisis inducida por la pandemia, es posible trabajar. Tengo un nieto que se acaba de graduar de una prestigiosa universidad y, debido a la crisis del virus, no ha podido encontrar un empleo al nivel de sus credenciales académicas. Pero, mientras tanto, gana un dinero decente cargando cajas en una empresa industrial y tiene promesas de empleos acordes con su especialidad tan pronto la pandemia se controle.

Recomendaciones de un emigrante ya “veterano”.

Basadas en mi experiencia personal estas serían mis recomendaciones:

  1. Piensa bien sobre tu decisión pero no temas tomarla y, al tomarla, no veas hacia atrás

Goethe decía que cuando uno toma una decisión todo comienza a actuar a nuestro favor. El gran enemigo de nuestra decisión es la inercia, esa tendencia humana muy natural a seguir viviendo en el día a día. La inercia nos puede llevar a lo que Aquiles Nazoa llamaba “seguir dándole vueltas a la noria”.  Aquiles agregaba que esa actitud resignada puede ganarnos un obituario tal como: “Ha muerto el Secretario del Juez Municipal”.

Al tomar la decisión veremos que siempre habrá gente dispuesta a ayudarnos.

  1. Aprovechemos el cambio de ambiente para cambiar nuestra personalidad

Fui un adolescente muy tímido. En Los Teques mis amigos se burlaban de mi aspecto desgarbado. Cuando me fui a estudiar a Tulsa, Oklahoma, donde nadie me conocía, me decidí a cambiar de tímido a extrovertido. El resultado fue mágico. Hasta me eligieron Maestro de Ceremonias del Show de la Universidad, en el cual eché chistes en “Spanglish”, canté y bailé. Podemos beneficiarnos de salir de nuestro ambiente tradicional en el cual ya hemos adquirido una personalidad, para cambiar lo que deseamos cambiar de ella. Podemos reinventarnos. Nadie nos conoce, podemos ser en el nuevo ambiente quien deseábamos ser.

  1. Seleccionemos el sitio donde queremos vivir, tomando en cuenta nuestras inclinaciones naturales,  ancestro, idioma y facilidad de adaptación

En mi caso nunca tuve dudas de que USA era el país donde quería vivir. Hablaba el idioma, me gustaba la gente, la manera de vivir. Reconozco que USA puede ser difícil para quien no hable inglés y que ello requiere de un proceso de aprendizaje que puede ser duro. Un emigrante venezolano de ancestro mediterráneo se sentirá naturalmente inclinado hacia Italia o España, países ambos maravillosos. Quien busque minimizar el  choque cultural puede ir a Perú o Chile, dos países que disfrutan de un nivel de desarrollo muy atractivo. Costa Rica es simplemente extraordinaria y allí quieren mucho a los venezolanos. Colombia, por supuesto, está muy cerca y se parece tanto a nosotros o nosotros a ellos.

Yo sentí una atracción especial por USA porque me gustan las estaciones muy marcadas: primavera, verano, otoño e invierno. Parecería que se vive mucho más, al poder dividir el año en cuatro segmentos  en los cuales uno se viste, hace y hasta come de manera diferente. Es como vivir cuatro mini-años en uno.

  1. Lleguemos a trabajar en el nuevo país en lo que sea, sin complejos.  

Cuando llegué a USA, en 2003, traté de entrar a trabajar en una tienda inmensa  llamada “Total Wine”, como consultor de vinos. Sin embargo, cometí el error de citar en mi C.V. que había estudiado en Tulsa, Harvard, Johns Hopkins y me desecharon por tener credenciales en exceso de los requerimientos de la posición.

Después encontré sitios más acordes con mi experiencia. Lo que es admirable es que a mi edad todavía encontré trabajo. Quien quiere trabajar en USA algo encuentra. Todo trabajo dignifica. Todavía hoy, a mis 88 años, alguien me ofrece una que otra tarea remunerada.

  1. Entremos de inmediato a formar parte de la comunidad. 

Es perfectamente natural continuar apegado sentimentalmente  al terruño, pero sin desconocer la necesidad de incorporarnos activamente a la  nueva comunidad. Hay compatriotas que viven años en otro país “sin salir” de Venezuela. Ello no es aconsejable, porque buena parte de la experiencia de emigrar  tiene que ver con ampliar las fronteras de nuestro mundo intelectual y espiritual y convertirnos en buenos ciudadanos en el país que nos recibe.

  1. Combinemos lo bueno nuestro con lo bueno del país que nos recibe 

No debemos pensar que Venezuela es el ombligo del universo y que somos tan chéveres que no necesitamos incorporar otras costumbres a nuestra manera de ser. Es mucho lo que podemos aprender de otras culturas, tanto en los hábitos cotidianos como en la manera de ver la vida. La vida universitaria en USA, por ejemplo, es rica en experiencias formativas para el joven. Se vive en la universidad, se respira el ambiente universitario, es posible dedicarse a aprender sin conflictos que nos distraigan. Las tradiciones de otros países que no sean el nuestro son hermosas, el grado de civismo puede ser aleccionador, algunas comidas pueden llegar a gustarnos tanto como las nuestras. No solo de arepas vive el hombre. Quien emigra tiene la maravillosa oportunidad de disfrutar de las buenas cosas y cualidades humanas existentes en las dos sociedades, la que deja y la que lo recibe. La transculturización no es negativa. Al contrario, vivir en otras países no solo nos libera del patrioterismo sino que nos hace más genuinamente  patriotas.

  1. Trabajemos por nuestro país desde afuera

Quien piense que el emigrante pierde la capacidad y, por lo tanto, el derecho a participar en los asuntos de su país de origen, se equivoca. En Venezuela yo iba a las marchas, uno entre miles, protestaba frente al CNE, me reunía con amigos para discutir los asuntos candentes, escribía artículos sobre la situación venezolana. Desde que vivo en USA no puedo ir a marchar, pero he viajado por todo este país dando charlas sobre la situación venezolana y escribo profusamente sobre nuestros asuntos. Gracias a la existencia de numerosos institutos de estudios latinoamericanos y universidades, puedo participar en foros, congresos y reuniones e influir sobre la opinión pública y/o las autoridades del país donde vivo. Protesto frente a la OEA y frente a la embajada del régimen.  Ya tenemos nuestras propias embajadas ante la OEA y ante la Casa Blanca.  Hago hoy la misma bulla de rechazo al chavismo o hasta más bulla que la que hacía en Venezuela. Estoy libre de la distracción que representa tener que sobrevivir de manera precaria en el ambiente viciado de mi patria.

  1. Tratemos de desarrollar un espíritu y una visión  universal

Desde Achaguas hasta Ulán Bator el ser humano es el mismo, quizás no en el sesgo de sus ojos pero si en la naturaleza de sus sueños, anhelos y esperanzas. Nadie en este planeta debe ser visto por nosotros como un “extranjero” ni debemos sentirnos extranjeros en sitio alguno de este planeta. Siempre encontraremos la misma cualidad humana, no importa donde vivamos y con quien hablemos. La misma identidad subyace al pobre y al rico al amarillo y al blanco. Nunca olvidemos que somos, en esencia, ciudadanos del mundo. Llegará un día en que podamos decir, al llegar a Marte o al Manojo de Mircea: “Venimos de La Tierra”. No diremos: “Venimos de Caracas o de Roma”.

El concepto de diáspora como equivalente a pérdida se debilita cada vez más, porque no somos extranjeros dentro de nuestro planeta Tierra, ese hermoso pequeño planeta azul perdido en la inmensidad del Cosmos. De un extremo a otro de ese planeta azul estamos en casa.

Publicado por Gustavo Coronel

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